Este año puede verse reflejado en nuestro diario de lecturas. Por algún motivo, me he pasado estos meses releyendo algunas novelas publicadas hace muchos años que nos ayudan a entender o a procesar todo lo que está pasando ahora. Algunos autores saben que escriben para todas las épocas.
El 2020, en realidad, no empezó el 1 de enero, sino a comienzos de marzo, cuando se confirmó el primer caso de COVID-19 en el Perú. Para entonces, “La peste”, la novela de Albert Camus, ya había empezado a ser comentada y vendida en todo el mundo. Publicado en 1947, el libro cuenta la historia de una gran epidemia que sitia a la ciudad de Orán. El héroe de la novela es el doctor Rieux, que, acompañado de Tarrou, es un ejemplo de todos los médicos y enfermeras que buscan dar alguna dignidad a la vida y, en caso extremo, a la muerte de sus pacientes. El final del libro sirve a Camus para revelar una de sus convicciones, “que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.
PARA SUSCRIPTORES: #PerúTeQuiero, tras críticas a deep fake de Peredo: “Siempre una tecnología nueva trae un nivel de disrupción”
Durante esos meses de marzo y abril, “La peste” se convirtió en un libro de referencia, pero no fue el único. Después de releer “La peste”, seguí con otra novela de Camus, su obra maestra, “El extranjero”. El virus había hecho que nos sintiéramos extraños en un mundo nuevo. Pero la realidad concreta también se abrió paso. Las trapacerías de la mayor parte de los congresistas me hicieron pensar en otros libros. El primero que me vino a la mente fue la magnífica y disparatada novela de Roberto Arlt “Los siete locos”. El libro de Arlt cuenta la historia de un grupo de desquiciados que se reúne en un sótano con planes de dominar el mundo. Comandados por el lúcido, alucinado y melancólico Erdosain, este grupo va a apoderarse del planeta. Al releerla, me imaginaba a los miembros del Congreso mientras planeaban la vacancia y sus menjunjes asociados, aunque también debo decir que los personajes de Arlt son mucho más interesantes que los de aquí.
A cada realidad amenazante correspondía una lectura. Porque me sentía tan frustrado por las muestras de corrupción en la política peruana, releí una maravillosa novela de Edith Wharton, “La edad de la inocencia”, pensando a lo mejor que tal edad todavía es posible. Porque me sentía tan esperanzado por lo que significaron las marchas de noviembre, releí el libro de Norman Mailer, “Los ejércitos de la noche”. Porque vi algunos candidatos a la presidencia tan ilusionados y mediocres, leí otra vez “Madame Bovary”, cuyas fantasías la llevan al ridículo perfecto. Porque quise evadirme por un instante de todo lo que ocurría, releí “La educación sentimental”, que cuenta la historia de un amor en la contemplación. Porque traté de entender el desgano y la apatía, releí “Bartleby” de Herman Melville. Las novelas no solo nos ayudan a refugiarnos de la realidad. También la revelan de una manera cristalina y misteriosa.
Hace poco, gracias a mis alumnos de la Universidad Católica, he releído uno de los libros más complejos y deslumbrantes de la historia de la literatura. Curiosamente, publicada en una época tan convulsa en Francia, antes y después de la Gran Guerra, se trata de una novela con un final redentor. Su afirmación final, revelada en el último tomo, es que en medio de toda la precariedad de la existencia hay una esperanza y, a lo mejor, una redención.
Cada uno tendrá sus libros (o fantasías) que reflejan la postura que tuvo frente a la realidad de este terrible año. Y cada uno puede esperar en el próximo recuperar el tiempo perdido.