Lima desde el cielo, por Josefina Barrón
Lima desde el cielo, por Josefina Barrón
Redacción EC

Podría decirse que Evelyn Merino Reyna se dio un espacio para mirar las cosas desde un lugar mucho más certero: el aire. Paradójicamente, fue el aire el que le permitió pisar tierra, comprender al fin la gran metrópoli de Lima, concretar una visión de la ciudad, entregar un veredicto silencioso y simultáneamente elocuente acerca del tiempo y su paso sobre nuestros valles, piedra y sedimento vueltos verdor por los antiguos pobladores de esta región. Cemento, asfalto, comercio, mar, arenal y tiempo irrumpen, se contradicen y armonizan en un libro de gran formato al que Evelyn ha titulado “Lima más arriba”.
 
Encaramada en un parapente, montada en un ultraligero o en un helicóptero, Evelyn usó el cielo de cómplice, y fueron las fotografías que recogió en sus travesías las que revelaron dramáticas verdades, recordaron nuestro génesis arcano que aún se traza en caminos prehispánicos que hoy son zanjones y avenidas emblemáticas, señalaron el orden dentro y vecino del caos e imprimieron en la retina los colores de un desierto sabiamente dominado por algunos, tomado por sorpresa por la mayoría.

A ratos el verde, ralo y caprichoso, casi siempre recuerdo de lo que alguna vez fue chacra y vergel, a ratos chirriantes colores, amarillos, rojos y azules de los almacenes de buses, de los techos de las chancherías, de los depósitos de desechos en proceso de reciclaje, de las tumbas en el camposanto sobre Villa María del Triunfo, y .

Desaparece el color encarnado en la cotidianidad hasta más arriba en la tierra, más adelante en el vuelo, apenas Lima se estriba, cuando las flores alfombran la mirada de Evelyn. Es como haber advertido a Monet en Puente Piedra. Pero en un abrir y cerrar de ojos, la flor da paso a la huaca que aún sobrevive como buen soldado a la explosión demográfica. Brota una rara belleza, plástica, abstracta, surrealista, de las estructuras de la Refinería Conchán, de los bloques de nichos del cementerio El Ángel, de una industria en Lurín, del parqueo de buses del en Comas, de las pozas de oxidación de Punta Hermosa, la foto más hermosa de este libro, al menos para mí.
 
Quizás porque compartimos las horas de vuelo al abrir el libro, miramos nuestra ciudad tantas veces vapuleada con la apacibilidad de quien se ha librado y a la vez liberado del tráfico y del peligro que nos respira en la nuca hasta dentro de casa, del ruido contaminante de los bocinazos y del manto mortecino del smog por entre el gris. Fuera de eso que llamamos ciudad díscola y agresiva, nos encontramos con que el mar sigue bendiciéndonos y los Andes tutelando nuestro rumbo. Sufrimos y nos esperanzamos cuando confirmamos que el crecimiento de Lima es espeluznante y emocionante en la misma bocanada de aire. 

Hoy, el Cono Norte llega hasta la variante de Pasamayo, allí donde en invierno la loma sostuvo a los primeros hombres que poblaron la zona, allí la loma desaparecerá del lente de Evelyn y será una de las riquezas que lamentamos perder y no sabemos cómo proteger. Mirándonos desde el cielo, el gran espejo de Lima nos refleja un paraje de sobrevivientes, ciudadanos. Y victimarios.“Podría decirse que Evelyn Merino Reyna se dio un espacio para mirar las cosas desde un lugar mucho más certero: el aire. Paradójicamente, fue el aire el que le permitió pisar tierra...”.