“El malecón metafísico”, por Abelardo Sánchez León
“El malecón metafísico”, por Abelardo Sánchez León
Abelardo Sánchez León

es el mudo que mejor sabe comunicarse. Todo lo que hace, por más pequeño que sea, una cebra, una escalera, un puente, una ampliación o un ‘by-pass’, siempre tendrá una resonancia mediática o pondrá alrededor de la obra cientos de cartelones. Él simplemente trabaja. En un país donde hay novelas como “El hablador” o “El tartamudo” y cuentos reunidos bajo el título de “La palabra del mudo”, la oralidad es una preocupación constante. Los argentinos tienen labia para el cuento y los peruanos nos atoramos en el floro. Nos cuesta hablar y admiramos a quienes lo hacen, como es el caso de García, que según varias versiones es capaz de convencer a cualquiera por el simple hecho de hablar. Recuerdo a Néstor Raúl Rossi, un antiguo futbolista argentino, gritar durante los noventa minutos de juego; gritar y atarantar sí se ha convertido en la comunicación urbana por excelencia. Nuestros futbolistas, más bien, son callados: Chumpitaz, el ‘Mudo’ Rodríguez y el ‘Loro’ Cueto. Nuestros mejores poetas, como Vallejo, son herméticos.

Pero el alcalde Castañeda añade otro recurso a su estilo de comunicación, esta vez más allá del silencio, pues busca el bullicio a través de las vociferaciones: ha decidido ser lento en las obras (siempre lo fue, es verdad, el Metropolitano demoró muchísimo) con el fin de decir “acá estoy”, y hacerse notar. Después de que todos creíamos que la Costa Verde estaba por fin terminada, y fluía como autopista gringa, ha decidido hacerse notar y construir un malecón y una ciclovía en medio de la nada, de cara al mar, sin articulación con otros espacios, ni siquiera con la misma Costa Verde, con el propósito único de comunicarse y decir “¡aquí estoy!, la Costa Verde no es solo de la Villarán, ahora sí que trabajamos y lo hacemos rápido, pues trabajamos día y noche”, aunque, claro, se demoren un siglo. Este malecón metafísico, propio de la angustia, que baila en medio de la nada y se enfrenta a la oscuridad de los acantilados, tiene el carril que va de norte a sur totalmente atascado. Es un malecón que no sabemos dónde empieza y dónde termina, y de concretarse vivirá en una soledad espantosa.

Castañeda es chiclayano y su relación con Lima es todavía incierta. No conoce bien el antiguo espíritu de la tapada señorial, al emergente de los conos o a los criollos de los legendarios callejones. Él cree a ciegas en el ladrillo de las muchas pujantes ciudades provincianas y arremete contra los vestigios, los rincones y los parquecitos. Espero que este malecón no termine con un monumento al pejerrey. Se necesita con urgencia un discurso, unas palabritas, al menos, a modo de explicación.