La última semana de esta convivencia forzada anuncia que nos encaminamos hacia un final del tipo “La guerra de los Rose”. Como en todo enfrentamiento sin salida, hay muchas interpretaciones del porqué. La mía es que este Congreso habría sido la peor pareja para cualquiera. Con el Ejecutivo que le tocó en suerte, ni siquiera aceptó una breve luna de miel para guardar las apariencias. El Ejecutivo creyó que con mostrarse dócil y hasta sumiso podía endulzar la situación, pero ello fue leído como debilidad y esta se agrió aún más.
En el último año, ya con más conocimiento de causa, el Gobierno trató de imponer una relación civilizada, bajo la amenaza de ponerle fin. Esto pareció funcionar; en gran parte porque el Congreso, ya desacreditado por su pasada conducta, simulaba que era posible. Pero, también, porque Martín Vizcarra creyó haber encontrado la manija y no midió lo que se podía conseguir y lo que no, con lo que entró en una etapa de irrealidad.
La última semana las cosas se tornaron color hormiga.
El jueves, en una sesión tumultuosa de la Comisión de Constitución, se archivó el proyecto de ley de adelanto de elecciones luego de un ritual de dilación muy bien ejecutado, para dar la apariencia de que se debatía y de que había un margen para el cambio de opiniones. No hubo un solo congresista que lo haya hecho en estos últimos dos meses, que han sido tan innecesarios como destructivos.
Que el presidente no tenía un plan B –al menos no uno consensuado con los ministros–, quedó ratificado en los incómodos tres minutos que duró el discurso del ministro Del Solar de esa tarde.
Quedó clara la mala evaluación que llevó a Vizcarra a plantear, como un imperativo y no como una propuesta a consensuar, el adelanto de elecciones. Al insistir en que no era negociable, hizo abortar los esfuerzos de su primer ministro para buscar una solución negociada.
Alguien debió decirle al presidente que el Congreso no iba a reducir su período en un año. Pero, “donde voy la gente me lo pide”. Sí, presidente, y el 70% en las encuestas lo ratifica. Pero, por lo menos hasta ahora, no se han dado las manifestaciones multitudinarias de apoyo a su postura.
En este escenario, la reunión de la Comisión de Constitución en la que se recibió a los enviados de la de Venecia, quedará en el recuerdo, y no por las buenas razones. No porque el nivel del debate constitucional haya sido pobre; eso estaba descontado. Sino porque quisieron convencer a los invitados de que en el Perú se avanza hacia una dictadura a lo Nicolás Maduro; que Vizcarra, en el fondo, quiere quedarse y perpetuarse en el poder; que en el Perú no hay independencia del Poder Judicial y del Ministerio Público; que las sindicaciones que muchos enfrentan (y no pocos por crimen organizado) son, en realidad, una persecución política; que les hacen reglajes y que el Gobierno escucha sus conversaciones. La mirada atónita de los miembros de la citada comisión al escucharlos daba vergüenza ajena.
Parece que la idea de la Comisión de Venecia provino de Pedro Olaechea. Fuerza Popular la usó (y lo usó) mientras le fue útil. Pero cuando quiso pisar el acelerador, la mandaron con su opinión a otra parte.
También esta semana acordaron elegir a los miembros del Tribunal Constitucional lo más rápido posible. Sin tiempo para conocer su formación en derecho constitucional, sus publicaciones sobre el tema y sobre las universidades en las que enseñan. No se podría expurgar su trayectoria y confirmar si esta es consistente con la que requiere un miembro del más alto tribunal por cinco años.
Vizcarra ha buscado en esto una salida. Pero hacer confianza por la falta de seriedad y garantías de transparencia en la elección de los magistrados va a ser también polémico.
Si no buscan un ardid para no tramitarla, cabe que le den la confianza pragmáticamente, como en ocasiones anteriores. Más todavía, si entre los 71 ‘codinomes’ de Odebrecht hay prominentes congresistas opositores. Negársela está descartado.
Pero ello no evitaría nuevos y peores enfrentamientos. Ya están, como los Rose, enganchados en una enorme lámpara tipo araña, que pende de un hilo. En este caso, la fatalidad no sería solo para ellos; el Perú está debajo y puede quedar bien magullado con la estrepitosa caída.
Esta historia acabará (todo acaba), pero habría que tratar de que no sea de esa manera. Ambos tendrían que ceder mucho más de lo que quisieran. Negociar esa dificilísima separación por mutuo disenso sería una tarea pintada para Del Solar.