Sebastián Salazar Bondy

Hay temas que es imposible, por lo menos sin un trabajo largo y exigente, tratar con originalidad. El de la Navidad es uno de ellos. Se ha acumulado mucha letra impresa sobre ellos, se han convertido en vacuos lugares comunes todas las frases escritas acerca de su significado y sentido. Es una fiesta simbólica que rebasa su efemérides histórica y religiosa. También, en verdad, se la emplea de pretexto para el comercio. En suma, sintetiza muchas cosas. Impone el culto a la familia, a la unidad de sus miembros, inspirándose en las tres miríficas personas del establo de Belén.

El retablo y el árbol son, en último término, lo mismo: en aquel, la triada es precisamente arbórea, raíz, tronco y rama, en cuya cúspide florece un milagro de vida; en este, la imagen familiar se oculta en la persistencia del pino por sobre el frío, el viento, la nevada, la muerte invernal. No se contradicen ambas representaciones. Son alegorías: importa lo que representan, no la representación por la misma madera, yeso, cartón, que son vehículos de un mensaje implícito en las figuras ficticias.

Las palabras vida, amor y paz se suscitan en la fecha y a propósito de los símbolos que la concretan. Se pueden decir muchas cosas con esas tres palabras. Se pueden decir, con la rutina, cosas que se han oído siempre y que, por ende, ya nadie escucha. En esta época en que ya no la agresión, la intolerancia, el odio, sino un error de cálculo, un escalofrío de pánico pueden desatar una guerra total, debiéramos renovar, descubriéndolo, el sentido de esos tres principios y ello creando en la humanidad una conciencia del peligro en que se halla por el desenfreno del armamentismo, por el atizamiento del rencor, por el empecinamiento ciego de los amos del poder. Vida, amor y paz están en el diccionario de nuestro tiempo desposeídos de su carga significativa, de su primigenia acepción. La vida está falsificada y amenazada, el amor atraviesa por una crisis, la paz no existe.

No es vida la de los que transcurren en la servidumbre o en el hambre, aplastados por los enemigos o en lucha desesperada contra ellos; no es amor el que se reduce, egoísta al propio hogar en olvido de los miles donde no hay pan ni libertad; no es paz la que campea ahí donde alguien ejerce la violencia contra alguien, ya sea la violencia gris de la explotación, ya sea la violencia real de la agresión inmediata. ¿Qué se expresa, entonces, cuando hoy se pronuncian estas palabras? ¿No se reemplaza en el culto, si prevalecen las condiciones contrarias a él?

Hay temas –es preciso repetirlo– que no se pueden tratar con originalidad, que yacen bajo una montaña de palabras y palabras. Habría que celebrarlo con hechos para que recuperaran su prístina vigencia. De otro modo, como este mismo artículo, continuaremos enterrando su verdad bajo el polvo de una elocuencia sin objeto.


–Glosado y editado–

Texto originalmente publicado el 25 de diciembre de 1960.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Sebastián Salazar Bondy fue Poeta, periodista y escritor

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