No cabe duda de que se sigue improvisando. Seis ministros del Interior en tres años es un récord, incluso para los pobres estándares de los ex presidentes Toledo y García. Pero a lo mejor esta vez sí dan en el clavo. ¡Ojalá! Hay algunas razones para pensarlo.
Primero, el nuevo ministro ha reconocido el problema y lo ha hecho suyo en lugar de discutir su existencia. Quiere que sus hijas caminen tranquilas por las calles; lo que todos queremos. Qué bueno que después de tiempo una autoridad lo diga. Un problema difícil como la inseguridad comienza a resolverse cuando las autoridades hacen suya la preocupación ciudadana.
Segundo, está dispuesto a ejercer liderazgo y a comprometerse personalmente para mejorar las condiciones de seguridad. Tiene ganas, las transmite y motiva, es operativo y le gusta la calle. Su liderazgo podría ser valioso para sacar de su displicente modorra a la Policía Nacional.
Tercero, si bien parece carecer de plan, tiene intuición. Para frenar el delito callejero, el más extendido y perturbador, se ha propuesto golpear los mercados de bienes robados, su principal combustible. Para reducir los accidentes de tránsito aplicará la ley a los choferes transgresores e internará sus vehículos en un depósito que acaba de habilitar. Para desarticular a organizaciones criminales fortalecerá las procuradurías de su sector y las fiscalías especializadas, empezando por las de lavado de activos.
Hasta ahí todo bien. Si avanza en estos objetivos, algo habremos progresado. Empero, dos serias preocupaciones emergen.
La primera es que todo sea un pantallazo, con una ‘cowboyada’ con el nuevo ministro como actor estelar. Como la inseguridad es un problema de percepciones, demos la impresión de que la estamos combatiendo con operaciones policiales todos los días, mientras más violentas mejor, y armas supuestamente incautadas producidas para la ocasión.
Seguro sería entretenido, pero no estamos para bromas, porque el tiempo que perdamos lo seguirá ganando el crimen y porque agregarle a la violencia existente la de la policía solo complicaría las cosas. Al crimen se le gana con las armas de la ley y metiendo presos a sus responsables, como con Abimael Guzmán, Vladimiro Montesinos, César Álvarez y, esperemos que muy pronto, Rodolfo Orellana.
La segunda es que el activismo y el voluntarismo ayuden al gobierno a soslayar medidas de fondo, urgentes y necesarias para combatir con éxito el crimen. Me refiero, por ejemplo, a la lucha contra la corrupción policial y al fin del 24 x 24, que ya estaban en agenda, pero cuya importancia ha sido minimizada por el nuevo ministro en sus primeras declaraciones.
En cualquier caso, para ayudarlo a definir prioridades sería de mucha utilidad que ponga por escrito su plan de trabajo y lo haga público. Esto permitiría saber si su gestión se enfocará en lo adjetivo o lo esencial y facilitará la tarea de evaluarla, sin menoscabo de también hacerlo a la luz de los indicadores de victimización y percepción de inseguridad de la Encuesta Nacional de Programas Estratégicos del INEI.