Años atrás, en el curso de Análisis Económico del Derecho en una maestría, pregunté en un examen que puede hacer el derecho para resolver el problema de violencia de las barras bravas en el fútbol. La mayoría de alumnos sugirieron aumentar los costos a quienes generan dicha violencia mediante indemnizaciones o aplicación de sanciones penales.
Pero un alumno (el que se sacó 20) dio una respuesta diferente. El alumno se llamaba Enrique Ghersi. Su respuesta se convertiría luego en un popular artículo académico (“Barras bravas: Teoría económica y fútbol”).
Enrique sugirió que el problema de la violencia de las barras bravas era generado por la falta de derechos de propiedad en el fútbol. Los equipos suelen ser organizaciones asociativas sin verdaderos dueños. Al no haber dueño, los dirigentes se comportan más como integrantes de organizaciones políticas que como empresarios. No tienen límites. En lugar de preocuparse de las ganancias de la organización, se preocupan de acumular poder.
Así fomentan organizaciones criminales (barras bravas) que, a pesar de que espantan a los espectadores de los estadios, protegen su statu quo. Un empresario no fomenta violencia en su compañía, pues espantaría a los consumidores que van a sus tiendas si una banda de salvajes les lanzaran piedras.
La teoría de Ghersi parecería confirmarse en la realidad. Los clubes que se han privatizado como empresas de manera exitosa en el mundo han dejado de experimentar los problemas tan serios de las barras bravas.
Y sin duda el organismo mundial que organiza el fútbol (la FIFA) tampoco tiene dueños. Es controlada por burócratas que no son propietarios del negocio. Al no existir ‘accountability’ no rinden cuentas a nadie y solo ven cómo sacar provecho personal de lo que no es suyo.
En ese contexto, el destape de los niveles espeluznantes de corrupción en la FIFA no debería sorprender a nadie. Si en lugar de preguntar por las razones de la violencia en el fútbol hubiera preguntado hoy en un examen sobre las razones de la corrupción en la FIFA, Enrique Ghersi me hubiera dado una respuesta muy parecida: esa corrupción aparece por la falta de derechos de propiedad.
Como dice el dicho, “el ojo del amo engorda al caballo”. Si le entrego a guardar el caballo a alguien distinto, tendrá incentivos para sobreexplotarlo, no lo cuidará, le robara la comida y quizás dejará que enferme y muera. Y es que la propiedad tiene el mérito que el dueño soporte los costos y beneficios generados por el bien. Por ello tendrá incentivos a un uso razonable y eficiente. Lo mismo no pasa con el que no es propietario, que tratará los beneficios como propios pero los costos como ajenos. Si el dueño vende lo que es suyo se llama compraventa. Si el ajeno vende lo que no es suyo se llama corrupción.
Pero en estos días no solo el archipoderoso presidente de la FIFA y sus compinches ocupan titulares por cargos de corrupción: Alan García, Alejandro Toledo y hasta Ollanta Humala y Nadine Heredia lo acompañan. Y el presidente anterior, Alberto Fujimori, está preso, entre otras razones, por el uso ilegal de fondos públicos.
¿En qué se parecen los políticos a los dirigentes de la FIFA? La razon de la corrupción que los rodea es la misma: la falta de derechos de propiedad. Como en la FIFA, nuestros gobernantes usan los recursos de todos como si fueran propios. Se agarran los beneficios y no les importan que suban los costos a la entidad. Mientras que los de la FIFA cobran cupos por otorgar sedes mundialistas, los políticos cobran cupos por entregar licitaciones o liberar narcotraficantes.
Por supuesto que también hay corrupción en las empresas privadas, pero en ellas el propietario tiene todos los incentivos de perseguir al que le roba y crear mecanismos de control que lo protejan. En el Estado eso no existe. Esa es una de las razones por las que cuando uno privatiza el manejo es más eficiente: el propietario se encarga de su caballo.