Pensamiento y democracia, por Gonzalo Portocarrero
Pensamiento y democracia, por Gonzalo Portocarrero
Gonzalo Portocarrero

“A los 40 años no pensamos o no estudiamos como estudiábamos a los 20 años y a los 60 años […] Existe una enfermedad que se llama síndrome de Alzheimer. El síndrome de Alzheimer se da en aquellas personas que estudiaron mucho y que leyeron mucho, y uno de ellos son los profesores”. Estas declaraciones del congresista pueden ser leídas como un exabrupto intrascendente, una tontería sin consecuencias. 

También pueden leerse a la manera en que se recibió el juramento del congresista Gerardo Saavedra (en ese entonces en las filas de Perú Posible) cuando, sorpresivamente, invocó a “Dios y la plata” como los fundamentos de su nuevo compromiso como parlamentario. En esa ocasión, se hizo obvio que Saavedra se había sincerado, sin querer, de manera que sus deseos más profundos irrumpieron en su discurso produciendo un lapsus que revela la actitud cínica que domina el comportamiento de muchos políticos. 

Si leemos de la misma manera las declaraciones de Ramírez advertimos que en su discurso se enuncia una advertencia y amenaza que apunta a quienes piensan. Mejor sería no pensar, pues así nos protegeríamos de enfermedades a la larga mortales, como el Alzheimer. 

¿Cómo solemos llamar a las personas que no piensan? ¿Ignorantes? ¿Fanáticos? ¿Sin criterio? En todo caso, si no pensamos nos quedamos sin la posibilidad de elaborar juicios propios. ¿Quiénes desean que la gente no piense? ¿Cómo hacer para impedir que piensen? O, dicho en otras palabras, ¿quiénes tienen que ganar de la falta de criterio de la ciudadanía? La respuesta es los déspotas, los decididos a imponer su voluntad, paralizando la capacidad crítica de sus semejantes. 

Se entiende entonces que la amenaza se dirija hacia quienes aspiran a un pensamiento propio y, además, que su contenido sea que mucho pensar lleva a una muerte segura. Pensar representaría una costumbre peligrosa, algo que debería evitarse para no arriesgar la salud. De otra manera, leer y pensar llevan a la muerte del cerebro. 

En contra de las opiniones de nuestro congresista, desde el siglo XVIII el conocimiento y la razón han sido apreciados respectivamente como un registro de información, y una capacidad para procesarla de forma creativa. O sea, una autonomía que permite a los individuos anticipar las consecuencias de sus acciones de modo que puedan escoger los comportamientos más congruentes con sus deseos, afectos e intereses. El pensamiento nos libera de estereotipos sin fundamento, nos hace más dueños de nosotros mismos, más libres y tolerantes. 

Pero no todas las promesas de la ilustración resultaron ciertas. La idea de que pensar nos trae la felicidad tiene que contrastarse con la realidad contundente del sufrimiento humano, sobre todo aquel que es innecesario y, de otro lado, con las tendencias autodestructivas que se infiltran constantemente en nuestras acciones. 

Es claro entonces que el pensamiento no es toda la respuesta que la infelicidad requiere. El afecto, el juego, el humor son ingredientes necesarios de cualquier propuesta liberadora. Pero, en todo caso, denigrar el pensamiento como un laberinto sin salida impulsa a desechar cualquier asomo de reflexión, autonomía y solidaridad. 

Tras el llamado a no pensar del congresista Ramírez se oculta una visión autoritaria y personalista del poder y el liderazgo, la pretensión de tener la última palabra y de ser necesariamente obedecido. Lo serio del caso es que se trata de una manera de pensar que, como el racismo y la homofobia, no se enuncia en los espacios públicos pero que tiene una amplia vigencia en los espacios privados como entre los amigos cercanos y, sobre todo, en la propia conciencia. 

Hace pocos días, a manera de enmienda, el congresista Ramírez dijo: “Considero oportuno rectificar lo siguiente: ‘leer o estudiar’ no es ninguna causal para contraer Alzheimer, enfermedad que afecta a más de 75 mil peruanos y que año tras año se va incrementando”. No obstante, es difícil pensar que esta autoimpugnación pueda ser sincera y contundente, pues la rectificación y el ofrecimiento de disculpas de Ramírez se da solo dos días después de que, en una entrevista con el canal del Congreso, insistiera en su posición. Para ello, citó un libro español para decir, entre otras cosas, que “entre las causas [de la enfermedad] tenemos factores exponenciales referidos a profesionales con muy alto nivel educativo”.