Una pregunta incómoda, por Tomás Unger
Una pregunta incómoda, por Tomás Unger
Redacción EC

La discusión sobre el posible efecto de la telefonía celular sobre la salud abre la posibilidad de aplicar el mismo criterio a otras tecnologías que forman parte de nuestra vida cotidiana. Aunque nadie ha podido demostrar que las ondas electromagnéticas usadas en telecomunicaciones afectan la salud, no hay ni habrá manera de demostrar que no lo hacen. Mientras tanto, se cuestiona su uso.

Supongamos que se llegara a comprobar que las ondas de las frecuencias usadas en telecomunicaciones tienen algún efecto indeseado, me pregunto qué medidas se tomarían. Hoy más de 5 mil millones de y cientos de miles de antenas forman una infraestructura de la que dependen millones de actividades cotidianas, por lo que resultaría imposible cualquier medida radical que detuviera el servicio. Probablemente se recurriría a medidas parciales paliativas para disminuir el efecto nocivo sin prescindir del servicio, pero dudo que el público acepte un cese. Hasta creo que una reducción encontraría gran oposición por parte de más de 5 mil millones de usuarios.

Creo que un buen ejemplo es el transporte. Hoy circulan más de 700 millones de automóviles que, con las motocicletas, camiones y buses, suman más de mil millones. Está comprobado que los gases de escape de sus motores de combustión interna son altamente tóxicos y en los lugares de denso tráfico alcanzan concentraciones que afectan la salud. Se ha comprobado que parte de la población expuesta a estos gases sufre de trastornos broncopulmonares. En ciertos lugares las consecuencias de la contaminación por gases producidos por la combustión han alcanzado niveles de epidemia.

Sin embargo, a diferencia de las telecomunicaciones, que incluyen la industria del entretenimiento, los vehículos son autónomos y la infraestructura que usan es provista por el Estado. Los vehículos que producen gases tóxicos son fabricados por empresas que procuran satisfacer la demanda de los usuarios, que es la que en última instancia determina su diseño.

Así, el público usuario del parque de más de mil millones de vehículos es el que produce diariamente cientos de miles de toneladas de gases tóxicos en medio de zonas habitadas. Se ha legislado en la mayoría de los países parámetros para limitar la toxicidad de estos gases, habiendo logrado reducirla parcialmente, pero es universalmente aceptado que mientras se emplee motores de combustión interna, la contaminación tóxica es inevitable.

Se discute en el mundo medidas para reemplazar los motores de combustión interna con motores eléctricos, pero esto se ha logrado solo en menos del 0,5% de vehículos automotores; mientras tanto, la contaminación con gases tóxicos continúa y no se ha encontrado una manera de detenerla. En el caso de la aviación, no se ha encontrado hasta ahora reemplazo para la combustión ni se vislumbra una alternativa. Mientras tanto, el número de los pasajeros y de las toneladas de carga transportados por aire crece a razón de aproximadamente 10% al año.

Me pregunto qué hubiera sucedido si a mitades del siglo XX, en pleno auge de la radio y luego de la televisión, se hubiera encontrado algún efecto nocivo en las ondas electromagnéticas usadas por esos medios, que son también las de la telefonía celular. ¿Estaríamos dispuestos a prescindir de la radio y de la televisión o nos resignaríamos a sus consecuencias como es el caso de autos, motos, camiones, aviones, etc.? Felizmente no es el caso, pero creo que la pregunta es válida.