Al empezar el nuevo año nos encontramos ante una abundancia inusitada de pronósticos acerca de cuál será el desenvolvimiento económico. Como pocas veces antes, vemos que tales vaticinios son disímiles.
Lo que parece estar sucediendo es que diversos analistas valoran de manera distinta la complejidad del entorno internacional y la dinámica interna estrictamente económica. También deben enfrentarse a aspectos tanto o más difíciles de cuantificar debido a la proximidad de las elecciones.
En un país carente de partidos políticos sólidos, los peruanos enfrentamos los procesos electorales como quien coteja los resultados de una lotería en que, debido a lo absurdo del voto obligatorio, se nos impone a todos un boleto así no deseemos ir a elegir.
Aumenta la incertidumbre muchos meses antes del acto electoral impactando en variables tan importantes como el nivel de inversión privada, el consumo, el tipo de cambio, la confianza empresarial y la del consumidor. Después del 10 de abril próximo, producidas las elecciones, deberemos esperar al previsible segundo sorteo electoral y quizá hasta más allá del 28 de julio para empezar a ver una disminución de la perniciosa incertidumbre.
Las entidades oficiales, al producir sus estimados pueden hacer poco o nada ante la incertidumbre reinante. Es poco común que el Banco Central de Reserva (BCR) o el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) tomen en cuenta en sus proyecciones aspectos de coyuntura política interna, aunque ciertamente utilizan los pronósticos sobre la economía mundial.
El BCR, por ejemplo, espera que el Perú crezca 4%, mientras que el Banco Mundial apunta a una cifra de 3,3% similar al 3% de la mayoría de analistas peruanos, aunque no faltan estimados serios más cercanos al 1,5%.
Una mirada a las cuentas nacionales quizá sirva al lector para formarse una opinión acerca de la fragilidad que hoy tienen los estimados de crecimiento económico.
A diferencia de lo que sucedía en el último tercio del siglo XX, en que el crecimiento económico daba saltos en función de la aparición esporádica de algún gran proyecto, en los últimos 10 años tenemos una economía impulsada fundamentalmente por la demanda interna.
Ha sido la demanda doméstica el principal motor del crecimiento. El consumo privado y la inversión privada junto con la inversión pública explicaron el grueso del crecimiento de 6,4% por año del decenio que terminó en el 2013.
En el 2014 y el 2015 ese impulso se debilitó en el caso del consumo privado, y peor aun se tornó negativo en el caso de la inversión privada y la pública debido tanto a razones externas como a la ineptitud en el manejo económico. La tasa de crecimiento cayó a menos de la mitad de la experimentada hasta entonces.
A manera de ejemplo consideremos los tres elementos más difíciles de pronosticar en un escenario de incertidumbre. En el 2015 el consumo privado creció 3,4%, la inversión pública cayó 11,2%, y la inversión privada también cayó 5,5%.
En su proyección de 4% de crecimiento para el 2016, el BCR pronostica que el consumo mantiene su tasa de crecimiento, que la inversión pública da un salto y crece 10,9%, y que la inversión privada permanece igual (crece cero).
Dada la pasividad del gobierno, no es difícil imaginar un escenario en que tasas de interés mas altas, el menor crecimiento del crédito y la subida del tipo de cambio ocasionen que el consumo privado crezca 3% y no 3,5%. Además, que la inversión pública a causa de los problemas ya detectados en las regiones y los atrasos en las megaobras de infraestructura no repunta tan espectacularmente y crece solo 5%. Por último, que ante la incertidumbre electoral, la desconfianza y la maraña de trámites imperantes la inversión privada vuelve a caer 5% como predice una prestigiosa entidad.
Así, dadas las participaciones de cada una de estas variables en el PBI (consumo privado 61%, inversión pública 5% e inversión privada 19%), en lugar de 4% el crecimiento sería un anémico 2,45%. Agréguense los efectos indirectos de estos eventos y podemos terminar con una cifra menor al 2%.
La clave para que esto no suceda es solo una: liderazgo. Desconectar el piloto automático y dirigir un esfuerzo para que la meta de inversión pública se cumpla. Además, muchísimo más importante, generar la confianza y los incentivos para que la inversión privada no crezca cero como asume el BCR, sino que aumente en 5% (un modesto aumento de US$1.900 millones sobre los US$38.000 millones invertidos en el 2015). De ser así, el crecimiento de 4% podría incluso ser superado.