“A quien madruga Dios lo ayuda”. ¿Ha escuchado este refrán? Posiblemente muchas veces. Es más, hasta es posible que lo haya utilizado. Refleja lo que consideramos “sabiduría popular”: significa que actuar con celeridad da mejores posibilidades de un buen resultado.
“No por mucho madrugar amanece más temprano”. Sin duda, también lo ha escuchado y utilizado. Es otra frase que refleja la “sabiduría popular”: significa que no es bueno apresurarse, porque ello no asegura un buen resultado.
Sin embargo, ambos refranes son contradictorios. Uno sugiere actuar rápido y el otro no apresurarse. ¿Cómo pueden ser ambos “sabios” al mismo tiempo si dicen exactamente lo contrario?
Este tipo de frases no pueden ser elevadas al nivel de axiomas o principios que tienen que ser aceptados sin necesidad de demostración. No son, en sí mismos, ni ciertos ni falsos. Su valor depende de las circunstancias en las que se apliquen.
Los seres humanos nos hemos llenado de este tipo de frases que repetimos como principios cuando no son más que ideas tan generales que en el fondo, así solas, no dicen nada. Nadie puede decir que siempre es bueno apurarse, ni que siempre es bueno esperar.
Una de esas frases comunes, muy usadas en todo tipo de debate (político, económico, científico, etc.) es “los extremos nunca son buenos”. Si planteas una posición en defensa de alguna libertad y en contra de alguna forma de intervención, tu posición es equivocada simplemente porque es extrema.
Lo cierto es que los extremos, en (no pocas) ocasiones, pueden ser la mejor alternativa. En otras quizás no. Decir que simplemente algo es malo porque es extremo es una generalización que trata de convertir una frase popular en un axioma.
No se puede decir que el agua hirviendo no es buena. Tampoco se puede decir que el agua helada es mala. Son extremos, pero ello no significa que solo el agua tibia es admisible. Para cocinar un huevo, el agua hirviendo es la mejor alternativa. El agua helada lo es para refrescar la sed y el agua tibia para tomar un baño.
Lo tibio tampoco ha sido tratado muy bien por esas “frases populares”, pues “a los tibios los escupiré de mi boca”, reza el libro del Apocalipsis. Ni las frases bíblicas se salvan de tener que ser colocadas en un contexto.
Lo que ocurre es que la posición “tibia” suele ser cómoda. Te permite criticar ambos lados de toda ecuación, parecer ecuánime o centrado y ser políticamente correcto. Pero muchas veces significa también que alguien simplemente no quiere definirse o que no tiene posición. Muchas veces conduce o refleja inacción o resistencia al cambio.
De hecho, otra frase común plantea las bondades del extremismo: “A problemas extremos, soluciones extremas”. Y también puede ser correcta según las circunstancias, ¿o cree usted que combatir la corrupción o la violación de menores con tibieza es una buena alternativa?
Otra frase similar es “no confundir libertad con libertinaje”. Esta es otra forma sencilla de criticar a quienes creen que solo la libertad garantiza la auténtica dignidad del hombre. Sin embargo, para quienes entienden la libertad en ese sentido no existe libertad sin responsabilidad, es decir, sin el sentido de asumir las consecuencias de nuestros actos. Nunca he tenido muy claro qué significa ‘libertinaje’ en ese contexto, pero entiendo que un libertino es quien actúa en contra de la ley o la ética o la moral. Es una libertad irresponsable, lo que en sentido liberal no es auténtica libertad.
Muchas frases fáciles hacen que confundamos la sencillez de una idea con su contundencia. Lo cierto es que sonar bien no hace que la frase sea cierta. El dicho de que “los extremos son siempre malos” no es por sí solo un argumento, de la misma manera como decir que los extremos son buenos tampoco lo es. Finalmente, como bien decía Karl Hess, “el extremismo en la búsqueda de libertad no es vicio. La moderación en la búsqueda de justicia no es virtud”.