Centro de Lima, mediodía hirviente de verano y tráfico vehicular de dulce Navidad. La trilogía del más afiebrado cuento de terror. La habitación del pánico para esta historia podría ser un bus del Metropolitano. Ese emblema limeño del transporte público se ha convertido en uno de esos lugares donde es muy fácil perder el control. Siempre en hora punta, siempre con esa sensación de colapso permanente. El Metro se ha detenido en esta hora de clima tropical. Hay una marcha de la Cumbre de los Pueblos por la avenida Nicolás de Piérola. Están caminando rumbo a la Plaza San Martín y han detenido el paso por las pistas. No saldremos del bus por unos cuarenta y cinco minutos. El horror.
Todo lo que pasó dentro del bus del Metropolitano ya lo había visto antes por Youtube: pasajeros malcriados y choferes sumisos sin encontrar solución rápida a los tiempos de crisis. Golpes a las lunas para que el vehículo avance, insultos al chofer y un derroche total de lisuras. Si Darwin aún viviera pondría en duda su recordada teoría de la selección natural de las especies.
Pude aprovechar la exaltación colectiva y grabar las escenas con mi celular. Más tarde habría subido el video al Facebook quejándome de la ignorancia que sufrimos millones de peruanos y que merecemos una sociedad mejor. Esta vez un grupo de pasajeros quisimos que la historia sea diferente y que tenga un final más digno.
Primero le pedimos calma a los más acalorados, después abrimos las ventanas del techo para regalarnos un poco de aire y al final explicamos lo que pasaba: íbamos a estar atrapados por la marcha de la Cumbre de los Pueblos y teníamos que esperar. Muchos escucharon, muchos entendieron. Evitamos el desborde de histeria y conversamos con el chofer, quien llamó a su central de servicio para decidir abrir la puerta a pesar de no encontrarse en una de sus estaciones. Minutos antes, los pasajeros parecían los espartanos de “300”. Solo bastó un poco de diálogo paciente para lograr que bajen del bus de la mano como si fueran niños emocionados en un paseo escolar.
Es cierto que vivimos en un país con vacíos en el factor civismo. Nos cuesta mucho ponernos en los zapatos del otro en situaciones extremas. Pero mucho ayudaríamos si educamos antes que criticar. Ayuda más hacernos cargo, sentirnos responsables. Si hay un pasajero malcriado en el Metropolitano podemos explicarle la raíz del problema, si un chofer se estaciona en el lugar de discapacitados es más saludable decirle que eso está pésimo antes que tomarle foto y hacerle ‘apanado’ virtual. Les decimos trogloditas a los demás, pero muchos de nosotros con un celular de última generación y con las redes sociales activadas podemos ser más cavernícolas que todos ellos.