Wonder woman, por Nora Sugobono
Wonder woman, por Nora Sugobono
Nora Sugobono

Aprendí la palabra ‘logotipo’ cuando tenía unos 6 años. Impulsada por mi madre y mis tías, había decidido estudiar diseño gráfico –o lo que sea que yo entendiese por eso– temprano en la vida. Recuerdo haberlo pensado con firmeza mientras doblaba mis medias y calzones –se me había asignado esa responsabilidad poco antes– sentada en las escaleras rojas de mi casa. Diseñadora gráfica fue la primera profesión (después de ‘sirena del océano’; no disponible, muy a mi pesar) que elegí para mi futuro; el borrador de la versión de mí misma que imaginé al crecer. Mi yo adulto iba a una oficina, era una alta –no lo soy–, se sentaba en un escritorio y se dedicaba a dibujar y colorear. La vida, como suele ocurrir, me fue llevando por otros caminos, aunque no menos coloridos.

Siempre tuve conciencia de que podía ser lo que quisiera en tanto estudiase y trabajase duro. Pagué mi carrera en el extranjero atendiendo la caja de un restaurante y me mantengo a mí misma casi desde entonces. Sin embargo –y aunque todo eso me representase un enorme esfuerzo–, vivía ajena a mi propia suerte. Creer que era mi derecho natural hacer lo que quisiera y merecer el mismo reconocimiento que cualquiera ya era un privilegio en sí mismo. ¿Cómo había dado por hecho que las cosas sencillamente debían ser así? ¿Cómo me había permitido ser tan arrogante? Las mujeres de generaciones más jóvenes solemos olvidar, con frecuencia, que hasta hace relativamente poco el mundo era un lugar diferente para nosotras. Desde tener un rol activo en la sociedad –traducido en el derecho al voto– hasta gozar de la libertad de elegir un método anticonceptivo: solo hay que sacar la cuenta.

A inicios del siglo XX, un grupo de obreras neoyorquinas entró en huelga para demandar igualdad salarial y tiempo para amamantar a sus hijos; debido a un incendio un centenar de ellas fallecieron defendiendo aquella causa. Ese fue el comienzo. El 8 de marzo no es, en consecuencia, un día de celebración: nos sirve para rememorar esa lucha por condiciones igualitarias, por derechos que siguen siendo ajenos a muchas mujeres en el mundo al día de hoy. No necesitamos ver cómo se ridiculiza (y se lucra) en esta fecha con ofertas en electrodomésticos o libros de autoayuda. Por favor, no nos feliciten por haber nacido con pechos y ovarios. Tampoco pretendo ser intransigente: hay a quienes les gusta recibir flores o una invitación a comer. Incluso yo debo reconocer que no debemos ser tan duras con nosotras mismas. ¿Se puede ser feminista y aceptar que alguien más pague la cuenta? Claro que sí. Lo que es condenable es creer que así debe ser siempre. La igualdad de derechos exige igualdad de deberes.

En esta lucha no se trata de tener más, apreciado lector: se trata de tener lo mismo. Oportunidades, justicia y trato. ¿Podemos tenerlo todo? Probablemente no. Lo que sí sé es que podemos intentarlo.