Javier Díaz-Albertini

Viví mi niñez en los años 50. Entre Cuba, Puerto Rico y un suburbio de la ciudad de Nueva York durante el apogeo de la Guerra Fría. Como escolar participé en múltiples simulacros de ataque nuclear. En estos, nuestros maestros y maestras nos conducían a refugios subterráneos donde permanecíamos los 15 minutos considerados mínimos antes de exponerse a la radiación. Observaba los amplios depósitos de alimentos y me preguntaba si serían suficientes.

También tengo recuerdos vívidos de estar reunido con mi familia escuchando la radio cuando John F. Kennedy anunció el bloqueo de Cuba para impedir el pase e iniciar la inspección de las naves soviéticas. Al final, Kennedy y Nikita Khrushchev negociaron y cada potencia retiró a sus fuerzas navales. Era muy chico (seis años). No sabía que había sobrevivido el momento histórico que más nos acercó al holocausto nuclear.

En los últimos días, globalmente hemos vuelto a conversar sobre el peligro nuclear. Sea por la amenaza de Vladimir Putin por el lanzamiento desde Ucrania de misiles de fabricación estadounidense hacia territorio ruso. O por la bravata de Kim Jong-un. Lo que me ha llamado la atención, sin embargo, es la poca reacción ciudadana antinuclear a pesar del peligro. No obstante, el activismo antiguerra nuclear se encuentra en su punto más bajo en décadas. ¡La movilización más grande antinuclear fue hace 42 años en Nueva York! Tratando de responder a este desinterés y apatía es que Annie Jacobsen (2024) ha escrito el excelente libro “Nuclear War: A Scenario”. Se ha basado en proyecciones antes clasificadas y entrevistas a los principales involucrados en políticas y protocolos bélicos nucleares. Más allá de la terrible destrucción, lo importante es entender que es un tipo de guerra muy diferente a las demás. Por varias razones, que me gustaría comentar.

En primer lugar, son guerras que pueden iniciarse por múltiples motivos, pero que tienen un mismo final: la exterminación. Funcionan bajo la teoría MAD (‘mutual assured destruction’ o destrucción mutua asegurada). Es decir, no hay ganador en este tipo de enfrentamiento. En segundo lugar, la principal estrategia es la del “lanzamiento de advertencia”: desde que se detecta el envío de misiles enemigos solo se cuenta con seis minutos para lanzar los misiles de represalia. No hay tiempo para confirmar con un 100% de seguridad el blanco del ataque ni el tipo de arma. No hay forma de evitarlo o interceptarlo. La única estrategia para evitar el holocausto es la disuasión, que ha sido usada en los últimos 80 años y que alimentó la guerra armamentista. Para que sea efectiva, sin embargo, deben imperar la razón y la cabeza fría.

Lo escalofriante es que, por razones de seguridad, solo un puñado de políticos y militares deciden el inicio del fin. La disuasión no es suficiente cuando la decisión puede caer en manos de un desajustado. Es en nombre de miles de millones que debemos dejar de lado la pantallita y exigir políticas nucleares responsables.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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