A seis meses de asumir el encargo, el presidente de la motosierra y el peinado rockero ha logrado algunas victorias, pero el camino que aún le falta para cumplir con sus metas es complicado.
Javier Milei, mandatario de Argentina desde diciembre del año pasado, consiguió su triunfo legislativo más importante hace unos días, con la aprobación en el Senado de la llamada Ley Bases. La votación fue sumamente ajustada (con 36 senadores por lado, el voto dirimente a favor de la iniciativa lo puso la vicepresidenta Victoria Villaruel) e implicó una serie de concesiones de parte del equipo gobierno para conseguir el respaldo político necesario. Así, por ejemplo, los planes iniciales para la eliminación de varias entidades del Estado, la privatización general de las empresas públicas y los ajustes en transferencias sociales tuvieron que ser moderados significativamente en búsqueda de votos. De los 660 artículos que inicialmente Milei y su administración querían modificar, solo han quedado cerca de un tercio. La norma ahora regresará a la Cámara de Diputados –que aprobó una versión distinta en abril– para su ratificación.
Más allá del contenido, el hecho de haber sacado adelante una iniciativa políticamente difícil a pesar de no tener mayoría legislativa –haciendo concesiones duras y negociando– es una buena señal para el futuro del Gobierno Argentino. Y este lleva ya algunos méritos en el campo económico. Hacia mayo, por ejemplo, la inflación mensual alcanzó 4,2%, una tasa seis veces menor que la registrada en el mes de la toma de mando de Milei (25,5%). En el frente fiscal, el Gobierno pareciera haber logrado estabilizar un déficit que parecía inmanejable y que llevaba décadas carcomiendo la competitividad de la economía argentina (aunque la oposición kirchnerista señala que son apenas maquillajes fiscales).
Pero los problemas también están a la vuelta de la esquina. Los avances en control de la inflación y equilibrio fiscal son positivos; sin embargo, el país está lejos de cantar victoria en ambos frentes. Quizás el desafío principal será gestionar la oposición política que organizan los herederos del peronismo y quienes se puedan ver perjudicados con los recortes en las transferencias del gobierno (los últimos meses han visto protestas de artistas, jubilados, docentes de universidades públicas, entre otros). Más aún, los mismos ajustes –varios de ellos muy necesarios– implican a corto plazo la caída de la actividad productiva de ciertos sectores, como la construcción. La presión política y social que enfrenta el gobierno lo obliga a conseguir victorias rápidas si quiere mantenerse vigente. Décadas de política clientelista han creado un sistema perverso entre parte de la ciudadanía –con organizaciones sociales fuertes y en ocasiones violentas– que el gobierno de Milei tendrá que saber manejar.
Argentina tiene la oportunidad de hacer un quiebre en su historia política y económica, pero no sería el único beneficiado. El eventual triunfo de políticas económicas sensatas –basadas en responsabilidad fiscal, monetaria y libertades básicas– sería tremendamente bienvenido en una región que necesita seguir creciendo. Milei ha emprendido una ruta similar a la que tuvo que seguir el Perú de inicios de los noventa, y que le permitió llevar por 30 años, en promedio, la delantera en el crecimiento económico sudamericano. Ojalá consiga la estabilidad política necesaria y el temple para encaminar Argentina hacia ahí. Por ahora, los primeros pasos son los correctos.