El último jueves, pocos días después de cumplir dos años en el cargo, la presidenta Dina Boluarte apareció en televisión nacional minutos antes de las 10 de la noche –un horario en el que la ciudadanía se apresta a descansar y los medios cierran su jornada– para dar un mensaje rodeada de casi todos sus ministros. Como se sabe, ella atraviesa uno de sus momentos más bajos en el cargo, luego de que su exjefe de Gabinete Alberto Otárola revelara que a mediados del año pasado se sometió a una rinoplastía que mantuvo en secreto, salieran a la luz nuevos detalles sobre la presencia del vehículo presidencial cerca de uno de los lugares en los que habría estado escondido Vladimir Cerrón, su hermano Nicanor pasara a la clandestinidad y las encuestas registraran con ella la peor aprobación a un jefe del Estado (apenas 3%).
Pues bien, para la mandataria, todo esto forma parte de un “acoso permanente” y sistemático cuyo fin sería “generar crisis en el gobierno” que den pie a intentos de vacarla. En su alocución, la señora Boluarte disparó contra todos: la prensa, el Ministerio Público (especialmente su titular, la fiscal Delia Espinoza, que lleva las investigaciones contra la presidenta), la Comisión de Fiscalización del Congreso y hasta Alberto Otárola. Pero quizá lo más importante de su intervención fue cuando se refirió a los dos asuntos que son investigados por la fiscalía.
Sobre la presencia del ‘cofre’ presidencial en el condominio Mikonos a inicios de año, la mandataria afirmó que nunca fue a ese lugar y que estuvo en otro –se entiende, cercano– “por una invitación y acompañada de una amiga”. Y sobre la cirugía, aseguró que no fue una “intervención estética”, sino más bien una con fines médicos, “por funcionalidad respiratoria”.
Las preguntas, por supuesto, se caen de maduras. Si la presidenta está tan segura de lo que afirma, ¿por qué calló durante tanto tiempo dejando que las sospechas sobre un posible encubrimiento del Gobierno a Cerrón crecieran? Si era tan fácil refutar lo dicho por Otárola sobre su cirugía, ¿por qué esperó una semana para dar su respuesta? Su silencio durante varios días, más bien, puede interpretarse como un intento por cuajar una coartada verosímil antes que por una genuina convicción de transparencia de su parte.