La huelga que sostiene hasta ahora una porción significativa del magisterio va a ser considerada sin duda uno de los hechos políticos más relevantes del año. Más allá de los cambios que pueda haber provocado en la situación remunerativa y otros aspectos de la realidad laboral de los docentes, el pulseo de poder que ha existido y existe en torno a ella ha determinado la emergencia y el agostamiento de diversos actores de esa dimensión de la vida pública, con consecuencias que todavía no hemos terminado de ver.
Entre los actores agostados está desde luego el CEN del Sutep, cuya legitimidad como representante cabal de los maestros en el país ha sido puesta en entredicho; mientras que entre los emergentes se cuenta claramente a Pedro Castillo, presidente del llamado ‘comité de lucha de las bases regionales del Sutep’.
Asediado por la prensa y por los congresistas que quieren obtener alguna ganancia en medio de la protesta, Castillo es con seguridad un personaje al que vamos a ver a partir de ahora con mayor frecuencia en la escena política. Y, aunque ha buscado proyectar la imagen de un líder esencialmente gremial, hay ciertos ingredientes de la forma en que consolidó su liderazgo y de su comportamiento en la conducción de esta huelga que permiten anticipar el papel que podría jugar en el futuro.
A sus 47 años y con un pasado como rondero, Castillo es profesor de primaria en Chota (Cajamarca) y fue elegido presidente del ya mencionado ‘comité de lucha’ el 17 de junio, en una reunión celebrada en Lima cuya validez orgánica es, por decir lo menos, borrosa. En palabras del secretario general del Sutep oficial, Alfredo Velásquez, se trató simplemente de “un grupo de amigos del Conare, del Movadef y de Proseguir con un promedio de 30 delegados”. Una descripción que, a pesar de provenir de una fuente evidentemente afectada por el creciente protagonismo del ex rondero, coincide con lo que ha dicho el ministro del Interior, Carlos Basombrío, al referirse a la relación de este con los sectores violentistas del magisterio.
Tras haber detallado que en ese evento se sentó junto a dirigentes del Conare y el Movadef, como Lucio Ccallo Ccallata, Zenón César Pantoja y Edgar Tello Montes, Basombrío señaló: “Si uno está en la mesa directiva de la unificación de los dos Sutep-Conare y lo eligen como el presidente del comité de lucha, no es porque sea un maestro que no tiene ninguna vinculación con ellos”.
Tan importantes como esos datos, sin embargo, son aquellas actitudes de Castillo en las negociaciones con el Minedu y la protesta en las calles que apuntan meridianamente hacia una agenda dictada por el afán de ‘acumulación de fuerzas’ y figuración política, antes que por la voluntad de conseguir reivindicaciones específicas para los docentes.
Nos referimos, en primer lugar, al hecho de haber forzado la prolongación de la huelga al negarse a firmar el acuerdo que días atrás le propuso el Ejecutivo, planteando la exigencia de que las evaluaciones a los profesores y sus consecuencias sean descartadas: una condición a la que sabe que el Gobierno no puede acceder. Y, en segundo término, al auténtico show que protagonizó esta semana mientras participaba de una marcha por la avenida Abancay, al lanzarse al suelo fingiendo un desmayo que supuestamente le habrían producido los gases lacrimógenos de la policía. En la filmación del episodio se ve y se escucha claramente que uno de los manifestantes que lo acompañan le dice casi al oído: “¡Tírate!”, y que él sigue el consejo, imprimiéndole singular histrionismo.
Otorgadas ya a los maestros las concesiones que el común de la gente podía considerar legítimas, es previsible que la huelga comience a perder respaldo y a extinguirse naturalmente, por lo que cabe esperar gestos dramáticos de quienes la alientan e intentan extenderla. Particularmente de parte de Castillo que, como se ve, ha demostrado ser por sí solo uno de sus elementos más dramáticos.
Habrá que estar atentos, entonces, para no ser víctimas ingenuas del número que eventualmente procure montar.