Ha sido una buena noticia que el Gobierno no haya intentado alargar la agonía del señor René Cornejo en su puesto, a la espera de alguna posibilidad de resurrección, como sí ha hecho antes en otras oportunidades similares. Podría pensarse que esta vez el presidente no tenía opción alguna, puesto que el señor Cornejo daba toda la impresión de estar en una situación difícil de revertir. Pero ya ha habido otros casos igual de contundentes (el del señor Omar Chehade, por ejemplo, viene a la mente) en que el Gobierno pareció carecer totalmente de los reflejos políticos que ahora ha mostrado.
También es verdad, por otra parte, que la aparición de estos reflejos parece haber sido ayudada por la necesidad de contar con los votos de la bancada del congresista Víctor Andrés García Belaunde para elegir a la candidata del Gobierno a la presidencia del Congreso: anoche, mientras juramentaba la sucesora del señor Cornejo, se confirmó que un congresista de la mencionada bancada –Mesías Guevara– iría como candidato a la Mesa Directiva en la lista oficialista...
¿Qué se puede decir sobre la elección de Ana Jara como la encargada de suceder al señor Cornejo? Lo más evidente es que se trata de una incondicional del presidente y su esposa. Particularmente de esta última: es difícil recordar alguna de las veces en que la figura de Nadine Heredia haya sido públicamente cuestionada con alguna intensidad sin que haya salido a su defensa la señora Jara. De hecho, su incondicionalidad llegó a hacerla defender la eventual candidatura de la señora Heredia en el 2016, por los tiempos en que esta parecía un claro plan del presidente y su esposa. Así, cuando se discutía el tema, la señora Jara declaró que Nadine Heredia era “un buen cuadro político para el partido y el Perú” y que estaba “lista para asumir cualquier reto en el futuro”. También dijo, más explícitamente, que, dada su alta aprobación, era “difícil creer que Nadine” no fuese “candidata en el 2016”. Un prospecto al que, por lo demás, la señora Jara parecía estar apoyando desde el Ministerio de la Mujer, que, bajo su primer año de gestión, vio aumentado su presupuesto en 153%, mientras ella, acompañada muchas veces por la esposa del presidente, se prodigaba en una serie de actos que fácilmente podrían haber sido tomados como distribuciones clientelistas de bienes pagados por los contribuyentes.
Otro factor a considerarse en el nombramiento de la señora Jara es que el enfoque del gabinete estaría girando en algo hacia lo político. Ni la señora Jara ni el señor Otárola, que la va a reemplazar en el Ministerio de Trabajo, parecen tener más méritos que los netamente políticos para sus actuales carteras.
Sea como fuere, Ana Jara tiene un reto muy grande por delante. Este es el primer año luego de mucho tiempo en que el Perú generará desempleo (el 4% que, con suerte, se espera crezcamos, no es suficiente para generar puestos de trabajo para los 360.000 peruanos que anualmente se suman al mercado laboral). Esto, mientras que el gravísimo problema de la seguridad –primero hasta la fecha en las encuestas sobre preocupaciones ciudadanas– no parece tener visos de andar mejor encaminado con un ministro que solo duerme dos horas, pero que, sobre las reformas estructurales imprescindibles en su sector, solo ha hecho declaraciones contradictorias.
¿Qué podemos esperar en estos dos esenciales temas de la gestión de la señora Jara como cabeza del gabinete?
La respuesta tendrá que venir en el mensaje del 28 de julio, que debiera ser clave, al menos, para cambiar la inercia en contra que ya tenemos en el tema de la economía. Ciertamente, siendo, como ella alguna vez refirió y como efectivamente es, alguien que está “en las entrañas del gobierno”, la señora Jara no podrá esgrimir falta de luces verdes o de empoderamiento para obrar. La responsabilidad política, según la Constitución, es suya y, si se muestra a la altura de ella, la oportunidad también.