Las declaraciones del candidato de Alianza para el Progreso, César Acuña, hace dos días en un programa de entrevistas, han generado polémica al plantear la necesidad de controlar los precios de ciertos bienes y servicios.
Si bien es cierto que Acuña no afirmó textualmente que debía haber una política de control de precios, la pregunta que le hicieron planteó un contexto inequívoco: “¿Debería controlarse algunos precios, como los de alimentos, combustibles, tarifas de servicios públicos?”. Su respuesta fue: “Tenemos que controlar, de manera que el beneficiado, que es el pueblo, no se agobie día a día sabiendo que hoy es un precio, que mañana es otro”.
Tal vez el candidato haya querido decir, en palabras muy desafortunadas, que es necesario parar el alza de precios. Tener control sobre la inflación es algo muy distinto, por supuesto, a tener un control de precios. Ayer, en un intento de aclarar, señaló que hay organismos reguladores y son ellos los que deben intervenir.
El control de precios es un error gigantesco de los políticos que buscan dominarlo todo. El Perú padeció de este mal durante el primer gobierno de Alan García. El control de precios y tarifas llevó a la escasez, al acaparamiento y a la distorsión en la producción de bienes y servicios.
Cuando hay inflación, si se obliga al vendedor a poner un precio congelado, ya no podrá reponer su mercancía ni pagar a sus proveedores, pues sus costos seguirán subiendo.
Si el vendedor acata el control, en poco tiempo se quedará sin capital y sin negocio. La suma de esa pérdida hace que todo el país pierda capital. El nivel de bienestar de la población depende del monto total de capital invertido por habitante. La inflación y el control de precios son causas directas de la pobreza.
Los precios son señales que indican dónde hay un exceso o una insuficiencia en la oferta de determinado bien. Esa información es esencial en un proceso en que debe circular el capital tan rápido como cambian las necesidades de la población.
De interferir en este mecanismo de información, se desconectaría a los productores de los consumidores. Entonces, los primeros tendrían que hacer sus costos al tanteo y los segundos quedarían sometidos al criterio de los burócratas.
Quizá Acuña no sepa nada de esto. Solo así pudo haber planteado un control de precios o, en el mejor de los casos, haber confundido esta medida con controlar los precios. Es alarmante, sin embargo, que un candidato no pueda ser contundente en relación con esta materia.
La confusión de Acuña se nota más en lo que se refiere a la cotización del dólar. Ante la pregunta de si se debe controlar el tipo de cambio, contestó que “debe haber un ente regulador del tipo de cambio”. No parece saber que para ello se necesitaría una reforma constitucional.
Acuña trató ayer de reafirmarse en esta confusión conceptual. Estados Unidos –dijo– “tiene un organismo que controla el precio del dólar”. No es que un candidato peruano deba ser experto en política monetaria estadounidense, pero de ahí a creer que en ese país hay un misterioso organismo que “controla” el precio de la moneda, hay demasiado trecho.
Una política de control de precios o del tipo de cambio debe ser inadmisible en el Perú de hoy. Tampoco deberíamos admitir, además, que los candidatos hagan ofertas electorales fruto de la improvisación, la falta de estudio de nuestros problemas y el populismo demagógico.
Necesitamos ideas claras y candidatos que puedan expresarlas. La confusión, de conceptos o de palabras, solo traerá desgobierno.
Exhortamos a Acuña y a los otros postulantes a revisar sus planteamientos y sus ofertas electorales. Faltan solo dos meses y medio para que vayamos a las urnas. Esperemos que en este lapso mejoren las propuestas, en contenido y lenguaje.
Es en la oscuridad del lenguaje, después de todo, en que se cultiva la oscuridad de los actos.