Editorial: Crisis en la cabeza
Editorial: Crisis en la cabeza

Un intercambio, áspero por momentos, entre los congresistas Juan Sheput y Guido Lombardi planteó esta semana preguntas sobre la unidad de la bancada de Peruanos por el Kambio (PPK) y la manera como esta debería expresarse en las votaciones en el pleno. 

El episodio que provocó la tensión, como se sabe, fue el voto diferenciado que ejercieron dos grupos de parlamentarios oficialistas a la hora de elegir al nuevo titular de la Defensoría del Pueblo, Walter Gutiérrez. Concretamente, doce de ellos respaldaron su postulación, mientras cinco se abstuvieron (hubo también un miembro de la bancada ausente). Y existió antes del sufragio, además, una recomendación del presidente Kuczynski para que los legisladores gobiernistas votasen en bloque y por el candidato que mayor apoyo tuviera entre la representación nacional.

Lo que sucedió fue que Sheput se contó entre los que acogieron la recomendación y Lombardi, no. Por lo que el primero de ellos comentó ante la prensa que la unidad en la bancada era “un desafío que está pendiente”. “Más que el compromiso ideológico, debe haber respeto por el compromiso […] político”, agregó.

Ante eso, Lombardi (que ya había lamentado haber discrepado del mandatario, pero había hecho notar al mismo tiempo que los congresistas de PPK no eran “un batallón de soldados”) retrucó: “No hay ninguna crisis; el único que tiene una crisis en la cabeza es Juan Sheput”. Para luego añadir: “Un tema que no es programático y que no tiene que ver con el plan de gobierno no pone en cuestión para nada la unidad de la bancada”.

Y mientras lo primero fue innecesariamente destemplado (el mismo Lombardi retiró horas después lo dicho), lo segundo sonó bastante razonable, pues, en esencia, el compromiso de un legislador como parte de una bancada tiene que ver, efectivamente, con la oferta que la opción política a la que esta representa hizo durante la campaña a los electores. Esto es, con el plan de gobierno y los principios que lo sostienen.

La idoneidad de determinada persona para un cargo, en cambio, es un asunto que surge a posteriori y en el que las opiniones pueden ser divergentes sin afectar la coherencia de la propuesta original.

En ese sentido, la posición que sí debería preocupar a la bancada oficialista es, más bien, la del parlamentario Roberto Vieira, quien en los últimos días acaba de ratificar su aprobación entusiasta del golpe del 5 de abril de 1992, con el que el entonces presidente Alberto Fujimori cerró el Congreso, intervino el Poder Judicial y el Ministerio Público, dispuso la presencia de fuerzas militares en los medios de comunicación, y se hizo responsable de la detención ilegal de varias personas. Un atentado a la democracia, en fin, con las consecuencias que ya conocemos.

Para Vieira, sin embargo, aquello fue “el corte a una situación política que no hizo nada por detener la crisis en el país” y justificable porque “vivíamos a oscuras”, “el Congreso se peleaba” y había hiperinflación (lo que, dicho sea de paso, para 1992 ya no era cierto), entre otras razones. Todo ello, además, validado por la población a través del alto porcentaje de aprobación que el golpe alcanzó en ese momento en las encuestas.

Semejante posición, por supuesto, choca frontalmente con la oferta electoral de Pedro Pablo Kuczynski que, como todos recordamos, insistió durante la campaña en la naturaleza democrática de su candidatura frente al pasado dictatorial del que nunca terminaba de desligarse el fujimorismo. A eso se refirió el entonces candidato con la frase: “Tú no has cambiado, pelona”, que le dedicó a la señora Fujimori en uno de los debates de la segunda vuelta… y que bien podría aplicársele ahora al mencionado congresista (que fue dirigente naranja hasta el 2011).

Haría bien la bancada oficialista, por lo tanto, en preocuparse por la unidad que tendría que existir en su interior con respecto al compromiso con el Estado de derecho, antes que por tratar de uniformizar las posiciones de cada uno de sus miembros en temas opinables, porque las verdaderas crisis en la cabeza son, a nuestro modo de ver, las de aquellos que piensan que el respeto a la democracia no es una cuestión de principio, sino un asunto que depende de los apagones.