Editorial: Cuarta elección en democracia
Editorial: Cuarta elección en democracia

Hoy día, millones de peruanos en el país y en el extranjero acudiremos a votar para elegir al presidente, parlamentarios del Congreso nacional y parlamentarios andinos, que nos representarán por los próximos cinco años. 

El evento, que es acostumbradamente denominado ‘fiesta democrática’ por medios informativos y analistas, es bastante más que eso, sin embargo.

La democracia no es una fiesta que se programa una vez cada cinco años. Se trata más bien de un esfuerzo permanente materializado en chequeos preventivos y reparaciones periódicas. La constatación de todos los errores, torpezas e incertidumbres que protagonizaron el Congreso, el Jurado Nacional de Elecciones y los propios candidatos y sus respectivos partidos políticos debería ser suficiente evidencia de la urgencia del “mantenimiento” que necesita nuestro aparato electoral.

Lo que sucede este día, en todo caso, podría asimilarse a una evaluación de certificación. Un paso más que pone a prueba nuestras credenciales como nación que confía y respeta un sistema que privilegia la voluntad popular por encima de la dictadura de unos cuantos. 

Lo que podemos celebrar hoy día, entonces, es que ese esfuerzo se mantiene vigente y que obtendremos una certificación más. Que más allá del color partidario e ideologías, y con todos los vergonzosos –y hoy más visibles que nunca– defectos que nuestra legislación e instituciones tienen, llevamos ya 15 años y cuatro elecciones consecutivas en los que los peruanos reivindicamos la democracia y aceptamos sus resultados, por encima de nuestras preferencias individuales.

Así como hemos venido acumulando logros económicos durante los últimos 25 años, y nos felicitamos por haber salido del profundo hoyo que comenzó con la dictadura velasquista, también debemos sentirnos orgullosos por el récord que obtendremos en este proceso: es la primera vez en nuestra historia republicana que contabilizaremos cuatro presidentes consecutivamente escogidos por elecciones generales democráticas. Un logro tan importante que, a pesar de todo lo negativo que se ha vivido en el presente proceso electoral, no debe pasar desapercibido. 

La resaca celebratoria, sin embargo, no puede culminar en una indulgencia irreflexiva. Llegar a este momento ha costado mucho. Recuperar y mantener un sistema democrático ha tenido un precio tan elevado, que nos exige no tomarlo por sentado y ser, más bien, suspicaces y críticos.

Suspicaces contra aquellas voces que, desde la desinformación o la irresponsabilidad, ponen en entredicho la legitimidad de un proceso o lanzan desde la oscuridad aullidos golpistas, privilegiando, quizá, sus ambiciones políticas personales. Críticos contra las falencias de lo que apenas puede llamarse ‘sistema’ electoral, que involucra tanto normas como autoridades que no han estado a la altura de lo que demanda un país comprensiblemente propenso a la desconfianza. 

Esa reflexión crítica nos permite reconocernos aún distantes de un escenario ideal en el que la voluntad popular expresada un domingo de abril se sienta plenamente respetada otro domingo cinco años después. Ahí están los bajos niveles de aprobación del Ejecutivo y Legislativo, el 56% de apoyo a la democracia y el 25% de satisfacción respecto de ella, según el Latinobarómetro del 2015, para recordárnoslo.

También nos permite advertir que para finalmente afianzar nuestra institucionalidad es impostergable y urgente la reforma electoral, y que no debemos corrernos el riesgo de acudir a una elección más con el paupérrimo nivel normativo e institucional que durante los últimos meses se llevó el protagonismo.

El desenlace de las elecciones del día de hoy, finalmente, debe ser respetado y defendido por todos los peruanos, y debemos exigir la misma madurez de parte de los líderes políticos en contienda. El respeto a la democracia y sus resultados es el primer cauce que asegura nuestra vida como país.