Ayer, la representación nacional le otorgó el voto de confianza al Gabinete encabezado por Guido Bellido. Como sostuvimos en este Diario, dicho desenlace era el más probable, habida cuenta de la precaria situación en la que habría quedado el Congreso si propiciaba la caída del equipo ministerial (esto es, al borde de la disolución, cuyo botón queda al alcance del presidente cuando la confianza es rechazada dos veces). Pero que haya triunfado la opción más probable no equivale a decir, por supuesto, que se impuso la más adecuada.
A lo largo de las últimas semanas, hemos advertido desde esta página sobre los riesgos que entrañaría ratificar en algunos de los puestos más altos del aparato estatal a los integrantes de un Consejo de Ministros que, a estas alturas y salvando contadísimas excepciones, destaca más por sus cuestionamientos que por sus capacidades. Sin embargo, para varios de los políticos o legisladores que abogaron por la (en realidad, doble) investidura, esta circunstancia parece no haberles producido el menor escozor.
Así, hemos escuchado decir que el Legislativo debía dar la confianza por el Gabinete mismo. El vocero de Perú Libre, Waldemar Cerrón, por ejemplo, conminó a sus colegas a “dar el voto de confianza a este Gabinete que representa al pueblo y [que] también nos representa”. A su turno, la parlamentaria de Juntos por el Perú (JPP) Isabela Cortez explicó que tenían “el deber de darle la confianza a un Gabinete que representa la diversidad en nuestro país”, una justificación similar a la ensayada por su lideresa, la excandidata presidencial Verónika Mendoza, quien sostuvo días atrás que el equipo encabezado por Bellido expresaba “la diversidad de nuestro pueblo”.
Tratándose de un grupo de 19 personas en el que solo aparecen dos mujeres, donde la uniformidad de pensamiento es lo que destella y que se encuentra encabezado por una persona que hace menos de tres años hacía gala de toda su homofobia en las redes sociales y que tiene entre sus filas a una denunciada por maltratar a una mujer trans, hay que decir que estamos ante una interpretación bastante auténtica de ‘diversidad’.
Tampoco faltaron quienes alegaron que debía darse la confianza porque eso era lo ‘democrático’. El legislador Jaime Quito (Perú Libre), por ejemplo, defendió que “la mejor expresión de democracia en nuestro país es el respeto a la opción de un pueblo”. Mientras que la parlamentaria Ruth Luque (JPP) explicó que “este voto de confianza es una señal de un sentimiento democrático, de reconocer que quien ganó las elecciones representa a la nación”, soslayando que el hecho de que la ciudadanía haya elegido al presidente Pedro Castillo no lo faculta a llenar el Estado de personas controvertibles, que precisamente el control parlamentario, cuando se usa de manera responsable (y, en este caso, plenamente justificada) es una valiosa herramienta democrática, y que si hablamos de ‘popularidad’, a juzgar por las encuestas, este Gabinete probablemente no habría obtenido el voto de confianza de los ciudadanos.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar a quienes alegaron que debía ungirse al Gabinete por una cuestión de “gobernabilidad” o para “dejar trabajar al Gobierno”. Pero, nuevamente, es difícil hablar de gobernabilidad cuando lo que se hace al colocar a ministros embarrados en cuestionamientos (en algunos casos, de naturaleza penal) no es otra cosa que exponer al Ejecutivo a una inminente posición de debilidad y –peor aún– cuando la presentación de Guido Bellido no ha hecho otra cosa que confirmar que, en el Ejecutivo, quien mueve los hilos es Vladimir Cerrón. Después de todo, él fue, como ha contado El Comercio, quien disuadió al presidente de concretar la remoción de algunos ministros cuestionados que el mandatario había decidido realizar y él ha sido, qué duda cabe, el principal ganador de esta jornada.
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