Ocurrió lo que muchos anticipaban: el legislador Roberto Vieira terminó siendo ayer expulsado, con el voto de sus 17 ex compañeros de bancada, del equipo congresal de Peruanos por el Kambio.
La unanimidad de esa votación y la seriedad de los cargos imputados –la violación de varios incisos del artículo 23 del Reglamento Interno de ese grupo parlamentario; todos relativos al respeto a los acuerdos y a los miembros de la bancada– sugieren que, para los ppkausas, el cambio ha sido para mejor. Pero, a decir verdad, ese es un engañoso consuelo. Lo que la ciudadanía ha percibido es, fundamentalmente, un nuevo lío intestino entre los congresistas que representan al gobierno; y eso perjudica a las dos partes involucradas por igual.
Los cruces de acusaciones al interior de un grupo parlamentario oficialista y las expulsiones no son, en efecto, un espectáculo de estreno. Los vimos durante el quinquenio pasado con el humalismo y también en administraciones anteriores. En la historia reciente, sin embargo, no se habían manifestado a tan poco tiempo de haberse instalado el gobierno.
Esta vez, no han pasado ni cuatro meses desde que el nuevo presidente llegó a Palacio, y el desangramiento de la representación parlamentaria que lo acompañó en su oferta electoral y que supuestamente debía darle sustento a su ejercicio del poder ya es la noticia de primera plana.
En última instancia, la cuestión que trances como el actual obligan a plantearse es: ¿era esta situación previsible (y, en esa medida, evitable), o la conducta del legislador que provocó el conflicto ha sido una sorpresa absoluta? ¿No tenía ya el congresista Vieira una historia política conocida y verificable a la hora de ser convocado para integrar la lista parlamentaria de Peruanos por el Kambio? ¿Era esa historia consistente con la propuesta del partido para la ciudadanía? Y de no ser así, ¿de qué manera llegó a ocupar un lugar –bastante vistoso, dicho sea de paso– en la lista?
Confrontada en privado con esta circunstancia, más de una figura emblemática del oficialismo se encogía ayer de hombros y murmuraba cosas como: “Es uno de esos errores…”, o “Tú sabes, durante la campaña necesitas todas las manos posibles y no te pones muy selectivo” (en público, claro, los argumentos son otros). Como si ello constituyese un atenuante.
En realidad, sin embargo, es todo lo contrario. Es decir, un agravante. Porque, mutatis mutandi, es el mismo tipo de razonamiento con el que se intentó justificar la ausencia de filtros en el reclutamiento de algunos asesores que, por sí solos, explican diez o más puntos porcentuales de la caída en la aprobación presidencial y del gobierno en su conjunto, en los dos últimos meses.
Lo peor de todo es que si se describe lo ocurrido como “uno de esos errores”, el mensaje implícito es que en el futuro inmediato o remoto pueden aparecer más y que quien los ha cometido ya está dispuesto a echárselos a la espalda. O, en todo caso, a reaccionar, como esta vez, solo cuando las consecuencias del despropósito original ya ganaron la calle e hicieron a la imagen de un gobierno que se quiere distinto a los anteriores todo el daño posible.
Por el bien de todos, pues, sería deseable que, en esta oportunidad y para lo que sigue de esta administración obtuviéramos, más bien, ‘una de esas correcciones’.