Cuando iban saliendo a la luz, como una cadena de géiseres que de pronto erupciona, todas las revelaciones sobre los misteriosos movimientos de dinero detrás del Caso Ecoteva, Alejandro Toledo apuntó hacia su suegra. Así consumó lo que, a juzgar por quien presidía la mencionada sociedad desde la que se giró el dinero y por quien figuraba en los contratos de compra de propiedades inmobiliarias que dieron lugar al escándalo, tenía pensado hacer desde un primer momento en caso de peligro. No había por qué pensar, dijo el ex presidente, que “si la suegra es de Toledo, entonces el dinero es de Toledo”.
Y bueno, claro, tenía razón en que del hecho de que su suegra hiciese compras millonarias –una casa en Casuarinas por US$3’750.000 y una oficina por US$882.000– no tenía por qué deducirse que era él quien se encontraba detrás de las mismas. La deducción vino después, aunque, es cierto, se produjo rápidamente. Tan rápidamente como empezaron a darse las contradicciones respecto a la fuente de la que su suegra habría obtenido el dinero en primer lugar: de una indemnización millonaria por el holocausto; de un marido supuestamente millonario al que había enviudado; de un préstamo de Josef Maiman, el conocido empresario israelí amigo del ex presidente Toledo; de Josef Maiman, ya no como préstamo sino directamente, pues él habría estado invirtiendo a través de la señora Fernenbug; etc.
Estas falsedades puestas en evidencia, por otra parte, resultaron ser solo piezas de un dominó de mentiras que tiene una explicación difícil de encontrar, salvo, por supuesto, que la explicación sea que se estaba tratando de ocultar algo. Así, pues, resultó que el dinero provenía de una sociedad costarricense cuyos accionistas eran una empleada de limpieza y un guardia de seguridad del estudio de abogados que la constituyó. Y resultó también que no solo el señor Toledo sí había tenido que ver con la constitución de esta sociedad, sino que de hecho –según declaraciones del abogado costarricense que la constituyó– esta se dio por un encargo expreso del ex presidente (quien, por lo demás, y según consta en su récord migratorio, sí estuvo en Costa Rica por esos días). Por si esto fuera poco, apareció el corredor inmobiliario que había vendido la casa de Las Casuarinas y pudo demostrar, con mails intercambiados con la señora Karp, que tampoco era verdad que el ex presidente no había estado involucrado en la compra del mencionado inmueble. Mientras tanto, el vendedor de la oficina testimonió que el ex presidente Toledo había llevado a cabo directamente las negociaciones de la compra y visitado varias veces el inmueble. Casi en paralelo se supo que esta sociedad supuestamente no relacionada con Toledo había pagado la hipoteca de su casa en Camacho y la compra de su casa en Punta Sal. Y así podríamos seguir. Llegó un momento en que el ex presidente hablaba como si se hubiese desdoblado y no hubiese sido él quien había dejado todas esas huellas en el pasado que desmentían directamente lo que hacía en el presente. Ciertamente, no daba la impresión de ser alguien consciente, en absoluto, de la máxima de Quintiliano: “El mentiroso ha de tener buena memoria”.
Esta semana la fiscalía formalizó su acusación penal en el Caso Ecoteva. En ella, parece haber tomado la palabra al señor Toledo cuando ha dicho que el dinero y los movimientos con apariencia de lavado de activos (en las cuentas de Ecoteva entraron US$9 millones de una proveniencia hasta ahora injustificada) eran de su suegra: ella es la denunciada, junto con el abogado que la ayudó en sus operaciones. Puede que esto sea parte de la estrategia legal de la fiscalía, que ha dicho que podría denunciar posteriormente al ex presidente Toledo. Le daremos, al menos por el momento, el beneficio de esa duda. Pero creemos que de cualquier forma valía la pena recordar estos hechos aunque sea solo para que no se den luego más de esas rehabilitaciones políticas de personajes de dudosa moral que, más que a nadie, acaban dañando el prestigio y la solidez de la propia democracia.