Ayer se produjo la primera salida de un ministro bajo el mandato presidencial de Pedro Pablo Kuczynski. La renuncia del titular de Defensa, Mariano González, ha llamado la atención de muchos tanto por el motivo como por las circunstancias en que se presentó.
La partida ocurre aparentemente por un “hecho de amor”, como curiosamente ha querido calificar González a la circunstancia de haberse involucrado sentimentalmente con una persona que integraba su gabinete de asesores. Como se sabe, un reportaje del programa “Panorama” reveló que el ahora ex ministro tenía un vínculo amoroso con la señora Lissete Ortega, quien en octubre fue nombrada asesora del despacho viceministerial de Políticas para la Defensa del ministerio que encabezaba González y, cuatro días después, promovida por el propio ministro a un puesto más cercano a él, el de asesora del despacho ministerial.
La argumentación del ex alto funcionario fue que la relación afectiva empezó algunas semanas después de las sucesivas designaciones de la señora Ortega, específicamente el 17 de noviembre, coincidentemente el mismo día en que se registraron las fotos y los videos de la pareja que acreditaban la revelación del programa dominical. Añadió en su defensa lo siguiente: “Yo no he cometido ningún acto de corrupción […] lo que he cometido es un hecho de amor”, “me he enamorado y eso no es un delito”, “el único delito que he cometido es haberme enamorado de una maravillosa mujer”.
Pero más allá de la fecha en la que la flamante pareja podría conmemorar su aniversario, o de las expresiones románticas del ex ministro, lo realmente preocupante es otra cosa: que el titular de un sector tan importante como el de Defensa no se haya podido dar cuenta de lo incompatible que era mantener una relación sentimental con una persona con la que trabajaba directamente y que dependía funcionalmente de él.
Y es que, aun estando pendiente de corroborar la cronología de los hechos detallados por González para verificar si hubo alguna infracción administrativa o delito en lo que –es razonable sospechar– podría tratarse de un favorecimiento indebido a una funcionaria, lo que él mismo ha reconocido es que, cuando menos, esta incompatibilidad estuvo presente por más de una semana (el 25 de noviembre, después de que conocieran que se estaba preparando un reportaje periodístico, recién renunció la señora Ortega).
Se constata así una alarmante inacción no solo imputable al ex ministro de Defensa, sino al gobierno en su conjunto. Pues, según ha declarado González, él informó de esta situación al primer ministro Fernando Zavala el sábado 19 de noviembre, sin que este último haya reparado en la necesidad de corregir inmediatamente el inconveniente entre manos, ni requerido la renuncia de González, que llegó recién ayer por la mañana. Más bien, la sucesión de los hechos parece mostrar que, una vez más –como sucedió con el ‘affaire’ Moreno–, el gobierno estimó que el incidente de turno podría pasar desapercibido y solo atinaron a reaccionar, tardíamente, cuando la respuesta mediática les hizo notar lo equivocado de su apuesta inicial.
El propio Zavala ha declarado ayer para justificar la salida del ministro: “Nosotros tenemos mucho trabajo, tenemos que estar dedicados las 24 horas y los siete días de la semana a nuestra función pública”, lo que no termina por esclarecer si se refería a la distracción mediática que ha ocasionado este asunto o más bien a los devaneos amorosos per se. En cualquier caso, resulta paradójico que el jefe del gabinete haga alusión a la importancia del tiempo y a la vez se haya demorado en exceso para reaccionar frente a este nuevo escándalo.
Quizá de consuelo, y en su errada concepción de los acontecimientos aquí comentados, el señor González pensará que su estancia en el gabinete se acabó por la más noble de las causas, pero la verdad es que tendrá que encontrar la razón de su partida en otro lugar, pues de amor ya no se muere.