El papa Francisco es un hombre popular. Encuestas del año pasado del Pew Research Center señalaban que Jorge Mario Bergoglio gozaba de niveles de aceptación históricos en diversas partes del globo. En América Latina, 72% de la población tiene una buena opinión de él (la proporción se dispara a 98% en su natal Argentina); en Estados Unidos, 78%; y en Europa, 84%. Incluso muchos no católicos guardan una buena impresión del obispo de Roma. En Francia, el 81% de la población no católica aprueba el desempeño de Francisco al frente de la Iglesia, y números similares se repiten en varios otros países.
Las razones de esta popularidad son claras. A los gestos de sencillez del jefe de Estado del Vaticano –usar el transporte público, romper recurrentemente el protocolo para acercase a los feligreses, entre varios otros, que además ahora pueden ser fácilmente transmitidos gracias a las nuevas tecnologías– se suma una prédica que parece haber quitado un poco los reflectores de los dogmas de fe –con los que solo se relacionan los católicos– y ser más incisivo en temas como la ecología, equidad, humildad y justicia –temas que son también asuntos de interés para no católicos–. El líder espiritual de 1.200 millones de personas no ha roto con las corrientes conservadoras de la Iglesia que limitan, por ejemplo, la participación de la mujer dentro de ella, los métodos anticonceptivos y la aceptación de las uniones homosexuales, pero de alguna manera se ha ganado la imagen de ser una persona más abierta a nuevas ideas de cambio.
En su primera encíclica, “Laudato si”, publicada hace unos días, el Papa retoma y desarrolla varios de los asuntos que han marcado su agenda desde que asumió el cargo en marzo del 2013. Uno de los más importantes es la ecología. El papa Francisco habla con justicia y dureza de la contaminación causada por el transporte, de los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, de los residuos de demolición, clínicos, electrónicos e industriales, y muchos otros problemas del similar tenor. Menciona, también, la contaminación por la minería que utiliza mercurio para extraer el oro, y que los peruanos conocemos bien a raíz de los desastres ambientales de los mineros informales en Madre de Dios.
La encíclica, sin embargo, insiste en una visión negativa y pesimista respecto de las posibilidades materiales y del progreso del mundo de los últimos siglos. El Sumo Pontífice habla del individualismo, tecnología, competencia, consumismo, cultura del descarte y las grandes empresas para referirse a las causas de los desastres naturales y del “deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”. La verdad es que, lejos de ello, es justamente el avance de los mercados –y de la tecnología que estos promueven– lo que ha permitido mejoras notorias en la calidad de vida de la mayor parte del mundo.
Por ejemplo, según el Banco Mundial, solo en los últimos 20 años la proporción de personas viviendo en pobreza extrema –es decir, sin los recursos suficientes para alimentarse adecuadamente– se redujo a casi la mitad, mientras que la expectativa de vida subió por encima de 65 años luego de permanecer por debajo de 40 años durante la mayor parte de la existencia del hombre. Al mismo tiempo, la renta per cápita pasó de un promedio de US$1.000 a US$4.000 en poco más de dos siglos. Respecto a los desastres naturales, lo cierto es que las muertes a causa de estos cayeron de aproximadamente medio millón de personas por año en promedio a inicios del siglo XX a menos de 100 mil a inicios del siglo XXI.
Estas son solo algunas de las numerosas estadísticas que apuntan a una visión positiva del modelo de desarrollo y tecnología que la reciente encíclica trata con tanta desconfianza. Lo peligroso, más bien, es ahogar los motores del crecimiento dándoles más poder e influencia a los gobiernos y burocracias internacionales en base a un falso dilema entre desarrollo y preservación de la naturaleza.
No en vano decía el economista Julian Simon que el resumen de su pronóstico a largo plazo era el siguiente: “Las condiciones materiales de vida continuarán mejorando para la mayoría de gente, en la mayoría de países, indefinidamente. Dentro de un siglo o dos, todas las naciones y casi toda la humanidad estarán por encima de los estándares de vida de Occidente. También especulo que muchas personas pensarán y dirán que las condiciones de vida son cada vez peores”.