Se dice que los bajos rendimientos en las encuestas de intención de voto suelen ser malos consejeros para los candidatos, y en estos días los miembros de la plancha presidencial de la Alianza Popular parecen estarlo confirmando.
A pesar de ser seguramente los postulantes más experimentados de la competencia electoral, Alan García y Lourdes Flores vienen cometiendo, en efecto, errores clamorosos que resulta difícil no asociar a la frustración que les debe causar el quinto lugar que sistemáticamente obtienen en casi todos los sondeos. Sobre todo, porque parte de esos errores han consistido en atacar a las empresas que los realizan y los medios que los divulgan, acusándolos de una ojeriza política contra la opción electoral que ellos encarnan.
En los últimos días, sin embargo, sus desaciertos han cobrado ribetes de un chauvinismo absurdo, como todos. Primero, la lideresa del PPC puso públicamente en duda que Pedro Pablo Kuczynski (PPK) haya concluido el trámite de pérdida de la nacionalidad estadounidense (un detalle que no pareció importarle demasiado cuando fue en alianza con él y apoyó su postulación presidencial en las elecciones del 2011) y lo emplazó a que lo acredite de manera fehaciente. Y un día después, vía Twitter, Alan García aludió al mismo PPK y a Keiko Fujimori en los siguientes términos: “Uno, cerveza, ron y coca. Otra, cheques. Así tratan al pueblo estas personas que no tienen una gota de sangre peruana”. Con lo que aquello que había empezado como una crítica a las dádivas en las que esos dos postulantes presidenciales presuntamente habrían incurrido acaba convirtiéndose en un ataque a sus orígenes no peruanos.
Como se sabe, Kuczynski tiene ancestros polacos y franceses, mientras la señora Fujimori desciende de migrantes japoneses, tanto por el lado paterno como por el lado materno. ¿Pero quiere eso decir que su sangre –es decir, la savia vital que los anima– no es peruana y que por eso habrían actuado de una manera indebida? No lo creemos.
El concepto de sangre peruana, para empezar, es bastante discutible, porque, si extremamos el argumento, en nuestro país todos descendemos de migrantes. Y eso es así por la sencilla razón de que el ser humano no surgió en América. Unos podrán remontar la llegada de sus antepasados a esta tierra a miles de años atrás y otros, solo a una o dos generaciones; pero el origen absoluto siempre será foráneo.
Pero eso no es lo importante. Lo importante es que, por la Constitución, peruanos somos todos los nacidos en el Perú o los que, habiendo nacido en otro lugar, son inscritos por sus padres peruanos o adquieren la nacionalidad voluntariamente. Y el caso de los candidatos ya mencionados es el primero.
El señor Kuczynski ha sido objeto de críticas porque, al nacionalizarse estadounidense, hizo un juramento en el que renunciaba a su obediencia al Estado Peruano, pero eso constituye un problema político y no legal (porque para nuestras leyes, la nacionalidad peruana es irrenunciable). Y ciertamente, nada tiene que ver con la sangre.
Si nos internamos, además, en la línea argumental que sugiere que dentro de la comunidad que conformamos los peruanos hay algunos que lo son más y otros que lo son menos, dependiendo de su origen, podemos llegar a las tesis delirantes del etnocacerismo y la superioridad de la raza cobriza.
No deja de ser irónico, por último, que estas teorías lindantes con la xenofobia sean esgrimidas ahora por el líder del Apra, un partido que fue tantas veces vetado en nuestra historia bajo el cargo fraudulento de que era antipatriota. Y que, en medio de la aparente contrariedad por los poco auspiciosos augurios para el 10 de abril, ni él ni sus aliados lo perciban.