Un día como hoy hace un año, en medio de una crisis que derivó en la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la Presidencia de la República, Martín Vizcarra asumió las riendas del gobierno. Las circunstancias, en aquel momento, además de hacer necesario un reencauzamiento del Poder Ejecutivo, demandaban que el mandatario mostrara una actitud distinta a la de su predecesor, una consciente de la urgencia de las acciones pendientes para favorecer el crecimiento económico, la reconstrucción del norte y la lucha contra la corrupción, y que le otorgara al manejo hábil de la política un lugar de mayor consideración. En especial, frente a una oposición particularmente agresiva.
En efecto, en su primer año en el poder, el señor Vizcarra ha demostrado entender el valor de la política en el día a día de la administración del país y ha sabido adoptar un talante que, al diferenciarse del de su predecesor, le ha permitido mayor maniobrabilidad. Empuñando la bandera de la lucha contra la corrupción, el jefe del Estado acumuló popularidad y, con medidas como la del referéndum anunciado en su discurso de 28 de julio en el marco de la crisis en el Poder Judicial, desarmó a la oposición en el camino.
Pero así como las altas cifras de aprobación (66% en diciembre pasado, según El Comercio-Ipsos) han sido una característica del actual gobierno, también lo ha sido su aparente vocación por mantenerlas así y su renuencia a empeñar ese respaldo político en acciones valiosas –como las vinculadas a reavivar el crecimiento económico y emprender una reforma laboral radical–. Ello se ha traducido, por otro lado, en retrocesos y en la adopción de medidas controversiales.
Con esto en mente, podemos referirnos, por ejemplo, a la tercera pregunta del referéndum, sobre la no reelección de congresistas. Si bien la consulta popular –con prescindencia del ingrediente político por el que estuvo tocada– manifestó el saludable interés del Ejecutivo por una largamente postergada reforma política y judicial, estuvo maculada por la adición de este componente, que, como hemos anotado, es más popular que sensato. A esto, asimismo, se suma la forma en la que el presidente se desdijo con respecto a la bicameralidad. Como se recuerda, mostró en un principio su conformidad con las modificaciones hechas por el Legislativo, para luego oponerse a ellas unos días después y pedir a la ciudadanía que marque No en esa pregunta.
A esto también hay que agregarle episodios como el que involucró al Impuesto Selectivo al Consumo de los combustibles, en el que la protesta ciudadana por el aumento del precio trajo como consecuencia el anuncio del presidente de una “evaluación” a una medida que ya había sido tomada. Esta circunstancia, en una magnitud diferente, se repitió con la protesta de los transportistas de carga pesada, quienes, tras haber bloqueado ilegalmente varios kilómetros de carretera, fueron increíblemente premiados por el Ejecutivo, que les dio parte de lo que exigían.
Mientras todo esto ocurría, los avances en campos como la reconstrucción del norte han sido más bien modestos. Como informó este Diario, para finales del 2018 solo se habían transferido S/5.300 millones de un total de S/25.655 millones destinados para el proceso, lo que delata una lentitud que difícilmente podrá llevarnos a alcanzar la meta de terminar todas las obras para el 2021.
La economía, por su lado, sigue caminando aletargadamente. Si bien el crecimiento del año pasado fue mejor que el que logró la gestión de Kuczynski en el anterior, pudo y debió ser mayor. El que esto no haya sido así obedeció en gran parte a los reveses que ha sufrido la minería por culpa de diversos conflictos sociales (hoy se siguen registrando tensiones en Las Bambas y proyectos como Tía María siguen paralizados). Al mismo tiempo, los niveles de informalidad laboral son altos (74%) y el Ejecutivo ha demostrado que no pondrá en riesgo su popularidad para remediar esta situación.
Dicho todo esto, sería mezquino decir que durante esta ‘segunda fase’ del gobierno de Peruanos por el Kambio no se han hecho también cosas buenas. Ejemplo de ello son las acciones que se están tomando para recuperar La Pampa, zona en Madre de Dios diezmada por la minería ilegal; el destrabe de la ampliación del aeropuerto Jorge Chávez y los inicios de una reforma política que puede llegar a fortalecer nuestra democracia.
Sin embargo, ha pasado uno de los tres años en los que el señor Vizcarra deberá presidir el gobierno peruano y, como en el vals de Pinglo, parecería haberse quedado fundamentalmente “libando dichas, bebiendo halagos”; esto es, atrapado en las mieles de su alta aprobación en las encuestas. Al empezar el segundo, sería ideal que alguien le recordase que, cuando se asume un compromiso con el país, la popularidad no es un fin en sí misma.