La segunda vuelta de las elecciones en Argentina trajo una nueva sorpresa. Tras la inesperada recuperación que, hace poco menos de un mes, mostró en la primera vuelta el postulante por Unión por la Patria, el oficialista Sergio Massa, respecto de su mala performance en las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) del 13 de agosto, muchos pensaban que la definición entre él y Javier Milei, el candidato de La Libertad Avanza, tendría un resultado bastante apretado. El desenlace, sin embargo, fue muy distinto. Milei le sacó en las urnas 11 puntos porcentuales de diferencia al aspirante del peronismo, infligiéndole una derrota aparatosa que, en buena cuenta, es un castigo de la mayoría de la población al gobierno de Alberto Fernández.
Esto porque Sergio Massa ha sido desde hace 15 meses el “superministro” de Economía de ese gobierno y está por culminar una gestión que ha supuesto una inflación interanual de 142% y que cuatro de cada diez argentinos estén sumidos hoy en la pobreza. El Estado tiene que saldar, además, una deuda de US$44.000 millones con el Fondo Monetario Internacional (FMI), y en general hacerse cargo de las consecuencias del despilfarro populista de la actual administración. Milei, como se sabe, era visto con escepticismo por buena parte del electorado a raíz de algunas de las posturas destempladas que adoptó a lo largo de la campaña, pero la perspectiva de continuar ahogados en el caos económico y la demagogia pudo más, al parecer, que ese temor. Por eso el ahora presidente electo triunfó este domingo con largueza en 21 de las 24 provincias argentinas.
Esa victoria, desde luego, ha tenido otros ingredientes que cabe destacar. El más importante de todos, quizá, el apoyo de la candidata de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, que acabó tercera en la primera vuelta, con cerca de un 24% de los votos. Vinculada al expresidente Mauricio Macri, ella puso en un segundo plano los ataques que había recibido de Milei durante el tramo inicial de la campaña y fue consecuente con la voluntad de cambio expresada por sus electores en las ánforas el 22 de octubre.
Al mismo tiempo, este acercamiento determinó una moderación en el discurso del postulante de La Libertad Avanza, que, a no dudarlo, ha de haberlo beneficiado en la cuenta final.
Hay que decir, por otra parte, que, con prescindencia de esa moderación, la puesta en práctica de las ofertas electorales del triunfador de la segunda vuelta enfrenta algunas dificultades. La más seria, la correlación de fuerzas en el Legislativo. De los 257 escaños que existen en el Congreso, el futuro partido de gobierno solo tiene 38. Y aun contando con el apoyo de los parlamentarios de Juntos por el Cambio, tendrá que negociar cada medida con la oposición si quiere encabezar una gestión viable.
De cualquier forma, lo ocurrido en Argentina es una nueva indicación de que el clima ideológico está cambiando en esta parte del continente. El izquierdismo, dominante hasta hace poco en la enorme mayoría del territorio sudamericano, sufrió el año pasado un primer gran revés en el referéndum que desechó el texto constitucional pergeñado por los sectores más radicales en Chile, así como en las elecciones para un nuevo Consejo Constitucional que se dieron a continuación. Tampoco en Ecuador los resultados de la segunda vuelta celebrada este año fueron halagüeños para tales fuerzas políticas. Y la popularidad del presidente Gustavo Petro en Colombia ha caído de manera persistente desde el inicio de su gobierno, hace poco más de un año.
Nada de eso, sin embargo, debe hacer sentir a los ganadores de este vuelco político seguros y cómodos en las posiciones de poder en las que ahora se encuentran. Solo la conducta honesta y el buen gobierno garantizan la estabilidad que toda administración que se estrena ansía. Ese, en buena cuenta, es el reto que enfrentará Javier Milei a partir del 10 de diciembre.