Editorial El Comercio

No contento con pelearse con todos aquellos dentro y fuera de que le piden mostrar las pruebas de su inexistente triunfo electoral del 28 de julio, ha encontrado en las redes sociales, en las aplicaciones de mensajería instantánea y en los magnates del mundo de la tecnología a los nuevos objetivos de sus diatribas.

Esta semana, días después de arremeter contra TikTok, Instagram y Mark Zuckerberg –CEO de Meta–, el dictador dio un paso adelante y pidió iniciar acciones contra X (la antigua Twitter). Para ello, solicitó al ente encargado de las telecomunicaciones en Venezuela que prohibiese la popular red social en el país . Maduro, como se sabe, ha calificado al principal accionista de X, –que se ha convertido en uno de sus críticos más ruidosos desde que se reveló el fraude del chavismo en las urnas–, como “archienemigo de la paz de Venezuela”. También lo acusó el país caribeño “con sus cohetes” e incluso llegó a retarlo a una pelea durante una rueda de prensa con corresponsales extranjeros (“¿Quieres pelea, Elon Musk? ¡Vamos a darnos, estoy listo!”).

Pero X no ha sido el único depositario del odio del tirano. A inicios de semana, en un acto con sus correligionarios, Maduro anunció que iba a con WhatsApp y, tras desinstalarlo de su teléfono móvil, les pidió a sus seguidores . “¡Dile no a WhatsApp! ¡Fuera de Venezuela! Porque ahí los criminales amenazan a la juventud, a los líderes populares, desde teléfonos de Colombia, Miami, el Perú, Chile”, expresó.

Ambas situaciones parecerían ocurrentes si no fuera porque en realidad esconden una amenaza mayúscula para la poca libertad de la que disponen los venezolanos dentro de su país. Frente a una dictadura que en los últimos 25 años se ha dedicado a copar a los principales medios de comunicación, cerrar canales de televisión y enjuiciar a los principales diarios, la tecnología ha terminado por erigirse como uno de los últimos resquicios de libertad en los que la ciudadanía todavía puede apoyarse para denunciar los atropellos del régimen o luchar contra él.

Según Social Guest, WhatsApp es utilizado por nada menos que el 93% de los usuarios de Internet en Venezuela, lo que la convierte en una herramienta particularmente eficaz para que los venezolanos puedan organizar manifestaciones contra las autoridades o poner en evidencia sus abusos. No sorprende, por ello, que en las últimas semanas los corresponsales de la prensa extranjera que se encuentran en el país caribeño hayan reportado que los manifestantes borraban sus fotos de perfil, sus chats y cualquier otra información personal que pudiera motivar represalias contra ellos o sus familiares antes de salir a protestar.

Y en lo que respecta a X, la red social ha sido clave para que la comunidad internacional pueda conocer el fraude perpetrado por el chavismo y la dureza con la que este ha reprimido las muestras cívicas de rechazo. Fue en X, por ejemplo, donde la oposición colgó el link del sitio web con que demuestran la victoria de , y es allí donde sus principales voceros advierten sobre la desaparición de sus integrantes o sobre redadas contra sus locales y los de sus familiares.

Finalmente, al acusar a las redes sociales y a las aplicaciones de mensajería instantánea de ser parte de un “golpe de Estado cibernético” y de promover el “fascismo”, Maduro intenta crear una narrativa en la que su régimen sería víctima de poderosas fuerzas externas que buscarían desestabilizarlo. Un argumento al que el chavismo ya nos tiene acostumbrados.

Así, la guerra de Maduro contra X y WhatsApp no es una mera ocurrencia. Es un intento por cerrar los pocos espacios de libertad que les quedan a los venezolanos y por apartar los ojos del resto del mundo de una ventana que muestra todo aquello que quisiera ocultar: el abuso, la mentira y la soledad cada vez mayor en la que su régimen se encuentra.

Editorial de El Comercio

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