¿Qué rol deben cumplir las empresas en una sociedad moderna? ¿El capitalismo tradicional debe reinventarse en un mundo con demandas sociales y ambientales crecientes? Esas son algunas de las preguntas más interesantes discutidas a nivel global en los últimos años. Alrededor de estas interrogantes se han ido tejiendo varias narrativas que, como cualquier buena narrativa, suele desarrollar su propio lenguaje. De ahí se han desprendido conceptos como valor compartido, sostenibilidad empresarial, capitalismo verde, empresas B y otros que empiezan a entrar –cada vez con más fuerza– a los directorios corporativos.
La hipótesis es más o menos la siguiente: además de generar ganancias, las empresas tienen un rol social que jugar. De paso, al integrar las necesidades de sus proveedores, clientes, comunidad, gobierno y ecosistema en sus modelos de negocio, también están colocando las semillas de su propia sostenibilidad.
No son pocos los que se han sumado a esta visión. Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, viene proponiendo desde hace medio siglo reemplazar el capitalismo de accionistas por el capitalismo de valor compartido. El año pasado, la Business Roundtable (BRT), una suerte de Confiep para gerentes generales de EE.UU., redefinió el propósito de una corporación, poniendo los intereses de la sociedad a la par de los intereses de los accionistas. Ni Schwab, ni la BRT, ni otros en el mismo barco, son pasibles de sospecha de ser anticapitalistas o antisistema. El cambio viene de dentro, y puede ser para mejor.
También hay varios motivos tradicionales por los que una empresa quisiera sumarse a la causa. Puede que presiones del mercado, de sus clientes o financistas, la fuercen a tener prácticas más inclusivas. Para atraer talento de nuevas generaciones, algunas reinvenciones serán útiles. Anticiparse a cambios regulatorios, o curarse en salud, en ocasiones sale más barato. En el caso de empresas en zonas de conflictividad social, incluir ese “extra” en sus procesos puede ser la diferencia entre operar o no. Para varias firmas tiene sentido económico sacrificar ganancias en el corto plazo para mejorar las chances de seguir vigente en el largo, pues las nuevas conciencias sociales y ecológicas imponen una fuerte presión sobre sus procesos.
En estas discusiones, sin embargo, hay un componente clave que pasa desapercibido. Una compañía que cumple la ley, invierte, contrata gente, crece, tiene éxito en un mercado competitivo y paga correctamente sus impuestos es una compañía que ya cumple un enorme fin social. Aunque pueda ser deseable, no es necesario agregarle otro. En esta óptica, las expresiones “capitalismo consciente” o “valor empresarial compartido” son redundantes. Simplemente no hay otra manera de hacer empresa que creando riqueza y repartiéndola entre dueños, trabajadores, proveedores, clientes y gobierno.
Las empresas, además, no son otra cosa que extensiones productivas de las personas. En ese sentido, así como cualquier individuo tiene derecho a ser un agente pasivo de la sociedad –que no contribuye ni perjudica–, las empresas tendrían la misma potestad. Cumplir con la ley y las prácticas éticas regulares de no hacer daño, directa o indirectamente, debería ser suficiente para justificar una existencia pacífica.
En realidad, sin embargo, las reglas del juego ya fuerzan a las empresas –aun si estas no lo quieren– a contribuir. La magia del sistema de mercado, de transacciones voluntarias, es que uno crea riqueza solucionando las necesidades del resto. Mientras mejor atiendes las necesidades del otro, mayores ingresos obtienes. Los incentivos ya están puestos para el beneficio mutuo. Y en ese proceso de producción y consumo, provechoso por sí mismo, además se crea empleo e impuestos que regresan a la misma sociedad para que el círculo pueda continuar.
Por supuesto, son más que bienvenidas todas las cque voluntariamente quieran dar pasos extras en causas sociales o ambientales relevantes; el mundo lo va a demandar cada vez más. Pero aun si no lo dice, aun si ni siquiera lo desea o es consciente de ello, una empresa exitosa y limpia que compite por el favor de la gente es ya un agente de cambio con enorme propósito social.