Han pasado más de tres meses desde que se produjo la histórica marcha #NiUnaMenos, que llenó calles en Lima y otras ciudades del país de personas que protestaron por el alarmante nivel de violencia contra las mujeres en el Perú. Desde ese día, ha habido reflexión en los medios y varias iniciativas. Por ejemplo, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables ha lanzado una herramienta digital, llamada Toxímetro, para evaluar el estado de una relación de pareja y alertar a una de las partes si está en riesgo de ser víctima de violencia de género.
El 25 de noviembre se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y, sin embargo, la noticia pasó medio desapercibida. Incluso hubo otra marcha, esta vez menos multitudinaria y con menor cobertura mediática. Es difícil mantener la atención de los medios y de los ciudadanos en un solo tema por tanto tiempo, incluso cuando las noticias de feminicidios y violencia contra la mujer son pan de cada día.
Cabe preguntarse entonces sobre la efectividad de este tipo de movilizaciones. Para algunos, estas marchas no son más que actos para la pantalla con un minúsculo impacto real. Para otros, sí tienen un efecto al poner el tema en agenda y lograr una mayor concientización de los ciudadanos.
Hace unos días el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica lanzó los resultados de una encuesta sobre violencia de género. El trabajo de campo para esta encuesta empezó un mes luego de la marcha #NiUnaMenos. Lo interesante de los resultados es que pueden ser comparados con aquellos del 2012 en que se realizaron preguntas idénticas y nos permiten detectar cambios, en este caso, positivos.
Por ejemplo, ha disminuido significativamente el porcentaje de personas que creen que el rol de la mujer es uno tradicional vinculado al hogar y a los hijos (de 58,9% en el 2012 a 37,5% en el 2016). Ha disminuido también la justificación a la violencia de género, como el porcentaje que cree que las mujeres tienen la culpa de una violación por provocar a los hombres (27,4% en el 2012 a 16% en el 2016) y las justificaciones para que un esposo golpee a su esposa (la justificación en caso ella sea infiel disminuye del 18,7% en el 2012 a 12,6% en el 2016).
Las movilizaciones han hecho visible el problema y lo han puesto en agenda, y los ciudadanos así lo reconocen. Un 76,2% manifiesta que la violencia contra la mujer ha aumentado mucho en los últimos cinco años, en comparación con un 67,5% en el 2012. En igual magnitud se manifiesta que ha aumentado el feminicidio.
En suma, la movilización ha creado una conciencia pública de la magnitud y gravedad del problema. Este es un buen paso adelante. El reto es cómo pasar de la denuncia a la acción para apuntalar esta corriente favorable de opinión, evitar que se convierta en una ola circunstancial y que se llegue a consolidar como el sentido común que la sociedad debe tener ante estos abusos.
Las cifras de esta encuesta son alentadoras, sobre todo si se considera que existen cambios importantes en la percepción de los hombres de la gravedad del problema. Pero aún queda trabajo por hacer. Existe un núcleo duro (de hombres y mujeres) en el que la violencia contra la mujer está normalizada: ese 16% que cree que la violación es culpa de la mujer, ese 3,8% que cree que hay ocasiones en las que las mujeres merecen ser golpeadas o ese 3,7% que cree que está bien que un hombre fuerce a su pareja a tener relaciones sexuales.