Condonados o no condonados, por Carlos Adrianzén
Condonados o no condonados, por Carlos Adrianzén
Carlos Adrianzén

Uno de los puntos álgidos de las medidas que acaba de proponer el Ministerio de Economía y Finanzas –muchas de las cuales no conoceremos en su real magnitud y naturaleza sino en algunas semanas– enfoca la batahola de las deudas tributarias incobrables. Según el MEF estas bordearían los 20.000 millones de soles (algo así como el 3,5% del PBI). Un monto no despreciable si calculamos cuántas cosas valiosas –en términos de hospitales, infraestructura educativa o vial– podrían financiarse con estos recursos. Lamentablemente, no vivimos en el mundo de las ilusiones, y en materia tributaria tanto como en cualquier otra, los burócratas se equivocan. 

Por ejemplo, una deuda incobrable se da cuando los funcionarios de una caja o banco carecen de la capacidad de escoger clientes aptos para repagar o siquiera constituir garantías sólidas. Si el caso es extremo, por incapacidad, por presiones políticas o por razones nada santas se presta la plata de los ahorristas o los contribuyentes a personas carentes de ingresos, a agricultores a punto de enfrentar una plaga o un desastre natural (y que por más que lo deseen, no van a poder repagar), o a alguien con un prontuario financiero abultado. Aquí el resultado inefable es una deuda imposible de recuperar. Un incobrable. 

Por esto, extinguidos los trámites para tratar de recuperar lo que se pueda y –asumo– habiendo despedido a los irresponsables, los incobrables conllevan pérdidas. Si el banco es privado (y nadie le paga algo por esa deuda financiera chatarra ), los accionistas pagarán la pérdida. En nuestra vida cotidiana pasa lo mismo. Si usted le presta a algún cuñado o primo festivo, pronto conocerá en carne propia lo que es una deuda incobrable: una pérdida y además, un pariente molesto.

En el plano tributario, en cambio, la cosa es sutilmente distinta. Aquí los clientes –los contribuyentes- no escogen. Los impuestos son eso: algo impuesto. Una extracción arbitraria de recursos a los privados y por mandato de la ley. Nadie paga impuestos feliz; tal vez aliviado y hasta algunas veces tratado con gentileza y transparencia. Pero –recuérdelo– los tributos siempre destruyen. Al tributar se erosiona algún ingreso, ahorro o patrimonio. 

Por ello la política tributaria debe ser seriamente establecida porque puede dañar severamente a un país. Puede arruinar inversiones, negocios, hábitos de ahorro e innovación. Y puede también fácilmente incluir equivocaciones. Ser tan -pero tan- torpe que introduzca cargas tributarias sobre quienes no pueden pagar (porque el excedente de su actividad no lo permite); o porque operan dentro de ámbitos subterráneos e ilegales donde las administraciones tributarias no llegan o quieren llegar porque hasta el costo de la cobranza resultaría mayor que el ingreso verosímilmente recuperable. Acumular 3,5% del PBI en incobrables tributarios habla pésimamente del congreso nacional. Grafica su ineptitud e irresponsabilidad cuando delegan dócilmente su responsabilidad constitucional (la introducción de las reglas tributarias). Nunca no dejan de ser los responsables.

¿Cómo se resuelve el asunto? La solución es simple e incómoda: se acepta la equivocación públicamente y se eliminan las reglas tributarias generadoras de incobrables. Luego la Sunat debe actuar como actúan los bancos con los malos préstamos. Las condonaciones deben ser públicas y trasparentemente seleccionadas. 

Téngalo muy claro: no se estaría regalando platita contante y sonante. Solo limpiando ilusiones.