Los estilos de gestión municipal de Villarán y Castañeda parecen estar en las antípodas. Tienen diferentes prioridades para la ciudad y también tienen diferentes bases sociales de apoyo. Sin embargo, en un punto ambos políticos se parecen: cuando tomaron el cargo, ambos se enfrentaron a su antecesor y de esta manera desconocieron en cierta medida a la base social contraria. Castañeda está actualmente desafiando a ese 11% de limeños que votaron por Villarán más los villaranistas que votaron estratégicamente por un mal menor. ¿Es esta una forma rentable de hacer política?
En 1983, William Riker, famoso politólogo norteamericano, decía que la dinámica de la política está en manos de los perdedores, porque son ellos quienes deciden si enfrentarse al ganador. Una de las conclusiones de trabajos posteriores nos indica que es necesario dar cuenta de los intereses y preferencias de los electores que votaron por el candidato contrario para fortalecer el gobierno del ganador. No es rentable gobernar para los ganadores solamente.
Decir que es necesario hacer un gobierno para todos es una verdad de Perogrullo. Es necesario establecer un balance en el estilo de gobierno. No se puede excluir completamente las demandas legítimas de los votantes opositores. Aunque sea por motivos estratégicos, en busca del propio interés, un gobernante debería tomarlos en cuenta. En su momento Alberto Andrade pareció darse cuenta de la necesidad de un gobierno que satisfaga demandas en varios frentes. De un lado dio los primeros pasos de una reforma de transporte, reorganizó el comercio ambulatorio y embelleció el Centro Histórico. De otro lado, tuvo un perfil obrista con la construcción de la vía expresa Javier Prado. Recientemente, Villarán se dio cuenta tarde de que las obras y el cemento eran valorados por un sector importante de limeños, por el impacto que tenían en su calidad de vida. En su caso, los opositores decidieron dar una batalla mortal y llevaron a su gestión hasta el extremo de un referéndum de revocatoria.
Castañeda, en su afán de borrar la huella de la gestión anterior, está desconociendo al 46% de limeños que ven como un retroceso la ampliación de las autorizaciones a las combis. En su afán por sembrar cemento, desmonta un proyecto de construcción de espacios públicos en el río Rímac. El alcalde también debería entender que las demandas por cultura son válidas. Aunque vinieren impulsadas por un grupo pequeño, contrario a su gestión, ellos son pocos pero son, y pueden abrir zanjas oscuras en la estabilidad de su administración. Ya hay algunos signos tímidos que indican que los ciudadanos opositores están dispuestos a dar la batalla, y recién van tres meses de gestión. Si ese estilo arbitrario de Castañeda persiste, las protestas callejeras podrían ganar momento.
Esta lección no está restringida al ámbito municipal. Las elección presidencial que se viene será otra oportunidad para ver si el ganador o la ganadora asume que tiene el monopolio de la representación, o si, por el contrario, acepta que tomar en cuenta las demandas de los que no votaron por él o ella es vital para no iniciar una confrontación entre ganadores y perdedores, en donde finalmente el único perdedor sería el mismo gobernante, y como consecuencia todos los que estaremos bajo su mandato.