Suele decirse que, para imaginar la economía peruana del futuro, hay que ver a Chile y proyectarnos diez o veinte años. La modernidad de ese país debe mucho a la aplicación de los principios de la economía de mercado, en dictadura y en democracia, y a través de gobiernos de distinto tinte ideológico.
Mal que bien, en ese mismo curso estamos también nosotros, supuestamente. Pero la gran diferencia es que nos toca enfrentar un desafío adicional: la inseguridad. La criminalidad de todo tipo es tan vasta y creciente entre nosotros que nuestro modelo de país se va pareciendo más a México, con sus carteles, autodefensas y ciudades militarizadas.
El norte del Perú debe ser hoy como Michoacán hace una década. Las redes de delincuentes y sus acciones violentas son seguramente como eran hace unos años los zetas y los capos. Nos falta quizá el salvajismo de mutilar y exhibir extremidades cercenadas, pero ya tenemos sicariato y asesinato de niños. El crimen furtivo ya fue y ahora se mata al mediodía y en el centro de las ciudades.
Por otra parte, lo que está pasando en el sur de Lima quizá sea el avance noticioso de nuestra futura Sinaloa. Hay bandas armadas para la conquista de terrenos eriazos como si estuviéramos en el lejano y salvaje Oeste. Junto a lo cual se ha institucionalizado un sistema criminal de amedrentamiento y extorsión para la construcción de obras civiles.
Todo ello se suma a la criminalidad cotidiana, el arrebato de pertenencias, los asaltos en los buses, el raqueteo y las violaciones. En San Isidro o en Camaná, ricos y pobres estamos a la deriva en el mismo bote infortunado.
No sé realmente de qué nos podrá servir el modelo chileno de progreso si el país se vuelve inviable por la violencia. Si se trata de escoger, mejor paramos acá nomás y nos quedamos pobres, como estamos, pero más tranquilos.
La teoría y la experiencia internacional enseñan, sin embargo, que se puede progresar económicamente y reducir la inseguridad. Es más, lo uno seguramente es condición para lo otro. Pero parece que a nosotros no nos sale la receta. Mientras más plata de impuestos tenemos, más inseguros vivimos.
Tal vez, entonces, no se requiere solo recursos económicos sino también gestión, dirección, plan estratégico, asignación presupuestal, pruebas y errores. O sea, capital humano y herramientas de ‘management’.
Como están las cosas, el tema de la inseguridad es tan relevante que debería ser la tarea más importante de las autoridades. Los mejores funcionarios públicos deberían ser asignados a ella, ministerios enteros deberían cerrarse para dedicar esos recursos a combatirla. Si pudiéramos hacer todo a la vez y bien, extraordinario. Pero es claro que no podemos. Entonces, como en cualquier emprendimiento que aspira a tener éxito, hay que poner el foco en menos objetivos y más concentración de recursos en ellos.
¿Dónde están los consultores internacionales que podrían ayudarnos a entender el problema? ¿Cuántos gerentes públicos del extranjero nos están visitando para comentar lo que hicieron y lo que funciona? ¿Cuáles son las ciudades de otros países, como Nueva York, a las que hemos mandado gente a desentrañar las estrategias, programas y resultados? ¿Qué cuerpos policiales o militares de afuera están entrenando a nuestros agentes del orden en tácticas, armamento, operaciones?
¿Chile o México? Por lo demás, es difícil ser optimista si el capitán de la nave no tiene claro que tenemos un problema grave.