Gary Becker, in memóriam, por Iván Alonso
Gary Becker, in memóriam, por Iván Alonso
Iván Alonso

La muerte de llena de una profunda tristeza al mundo de la economía. Al mundo de este economista, por lo menos. Nadie como Becker extendió las fronteras de esta ciencia, aplicándola con rigor e imaginación, a la vez, al estudio de importantes manifestaciones de la conducta humana como la discriminación racial, el tamaño de la familia, la criminalidad, la drogadicción, la educación. La Academia Sueca se distinguió a sí misma otorgándole el en 1992.

Su tesis doctoral, “The Economics of Discrimination”, publicada en 1957, comienza asumiendo que la gente tiene ciertas preferencias por no relacionarse con otra gente de determinada raza, género o credo. Esas preferencias implican que una persona experimenta un costo en caso tenga que relacionarse con alguien con quien preferiría no hacerlo. No se trata de un costo monetario, sino de uno meramente subjetivo; pero es un costo al fin. Las causas pueden ser diversas: incomodidad, desprecio, temor, resentimiento; pero las consecuencias son las mismas.

La primera consecuencia es que el costo psíquico alterará los precios que los miembros del grupo discriminador están dispuesto a ofrecer o recibir, según el caso, en sus transacciones con los discriminados. Un blanco le ofrece un sueldo de 100 soles a otro blanco, pero no más de 90 a un negro con las mismas habilidades y la misma productividad que el blanco. Un hombre le ofrece 100 soles a otro hombre, pero solamente 90 a una mujer. La diferencia compensa las preferencias o prejuicios del empleador. El resultado es un mercado con dos precios, donde los discriminados reciben un trato menos favorable que el resto.

La segunda consecuencia es que en un mercado competitivo todo aquel que discrimina tiene que pagar el precio de satisfacer sus preferencias o prejuicios. El empleador que, en las condiciones que hemos descrito más arriba, contrata a un hombre, en lugar de una mujer igualmente productiva, está sacrificando 10 soles de ganancias.

Becker llega así a la notable conclusión de que la competencia es el remedio más eficaz contra la discriminación. Cuanto más discrimine una empresa, menos rentable tenderá a ser. Crecerá menos que sus competidores. Probablemente la presión competitiva la haga desaparecer. Una empresa monopólica, en cambio, protegida como está contra eventuales competidores, puede darse el lujo de discriminar sin correr el riesgo de irse a la quiebra.

La discriminación en el mercado laboral, sin embargo, no proviene necesariamente de los empresarios. También los sindicatos han estado en algún tiempo bajo la sospecha de instigarla. Basta que no admitan a los miembros de ciertas minorías para que estos reciban remuneraciones inferiores. En 1922 otro gran economista, , había observado que las diferencias en las remuneraciones de hombres y mujeres se debían al poder de los sindicatos para aumentar los ingresos de los unos, mientras excluían de sus filas a las otras.

Cabría suponer, siguiendo la línea argumental de Becker, que hay más peligro de discriminación en el sector público y, en general, en las instituciones sin fines de lucro. Quienes controlan esas entidades pueden trasladar el costo de sus prejuicios, en caso los tuvieran, a sus empleadores. Los donantes quizá puedan cerciorarse de que eso no ocurra. Los contribuyentes, difícilmente.