La guerra entre Corea del Sur y Corea del Norte terminó en 1953, sin triunfador. Corea del Sur quedó destrozada, empobrecida y políticamente caótica. Pasaron diez años antes de que el Banco Mundial la considerara sujeto de crédito. No obstante, cuando finalmente levantó cabeza en los años sesenta, empezó un fabuloso despegue que la convirtió en una potencia mundial. ¿Cuál fue el modelo que hizo posible ese extraordinario resultado?
Una de las explicaciones más frecuentes del milagro coreano se refiere al alto grado de igualdad distributiva del país, igualdad que habría reducido el conflicto social y creado un importante mercado interno. Lo cierto es que el despegue económico empezó poco después de haberse producido una reforma agraria. Sin embargo, las estadísticas coreanas exageraron el impacto de la reforma sobre la desigualdad, como sucedió en esa misma época con la reforma agraria peruana.
Hoy, se reconoce que el Gobierno Coreano subestimó la desigualdad por muchos años y que la tendencia reciente ha sido más bien negativa, en particular cuando se tiene en cuenta la concentración de la riqueza en un número pequeño de grandes corporaciones, llamadas ‘chaebol’. Ciertamente, se vio poco conflicto social, pero la explicación residiría más bien en el carácter autoritario y represivo del gobierno, con fuerte limitación de las actividades sindicales. Además, durante todo ese período inicial, el desarrollo se basó en las exportaciones y no en el mercado interno.
Una segunda explicación del milagro enfatiza la adopción de una economía de mercado, pero el modelo coreano tuvo poco de la ideología del emprendedurismo como iniciativa individual, especialmente durante las primeras décadas del despegue. En esos años, la economía coreana fue más bien dirigida por un Estado paternalista, que enfatizaba la planificación y los acuerdos corporativos entre Estado y gran empresa, y que recurría a una combinación de presiones y subsidios para lograr las metas fijadas.
La prevalencia de esa filosofía fue descubierta por el economista británico Robert Wade cuando visitaba la biblioteca de una universidad de Seúl en los años ochenta. El libro más consultado no era la obra de Adam Smith, sino la del economista alemán Friedrich List, ideólogo del proteccionismo de las “industrias nacientes”. El libro de List ocupaba “estantes enteros” en las universidades coreanas, mientras que en ese mismo período solo se pudo ubicar una copia solitaria de List en la biblioteca de una famosa universidad de Estados Unidos.
La explicación más acertada del milagro coreano, creo, es la que dio Mahn-Je Kim, ex ministro de Planificación y economista destacado durante las primeras décadas del milagro. En una palabra –dijo–, el secreto coreano fue Confucio, cuya filosofía fue el sustento de una cultura de disciplina, de respeto por los mayores y por la autoridad, y de alta valoración del esfuerzo. Sin esa filosofía –agregó–, Corea del Sur no habría logrado el sacrificio requerido para el desarrollo, sin incurrir en un nivel intolerable de costo social y grado de opresión.
No creo que el modelo de Corea del Sur sea el más recomendable para el Perú de hoy. Ciertamente, es difícil imaginarnos el grado de disciplina social requerido para su aplicación.