Asistir a Perumin –la convención minera que organiza el Instituto de Ingenieros de Minas del Perú hasta mañana en Arequipa– es una oportunidad invalorable. Permite, por un lado, acercarse a uno de los principales motores de la economía nacional y apreciar su diversidad en cuanto a los distintos sectores en los que impacta positivamente.
También es una ocasión para entender la posición del Perú en la minería global, tanto por el origen muy variado de sus inversiones como por el prestigio que el sector ha alcanzado en el mundo: proveedor notable de profesionales y servicios especializados.
Además, en un mundo que atraviesa una transición tecnológica y energética acelerada, el hecho de albergar importantes reservas de cobre pone al país en una posición privilegiada, lo que empuja a cualquier observador al optimismo.
A pesar de que recientes informaciones reportan un deterioro en la producción de este mineral en el país –por ejemplo, la República Democrática del Congo le pisa los talones al Perú en la producción de cobre (Bloomberg, junio del 2023)–, su potencial es tal que sigue generando justificadas expectativas en diversas latitudes, pues muchos de los más de 60.000 asistentes a la convención provienen del extranjero.
Los asistentes a la convención son profesionales y técnicos de todos los niveles: inversionistas, ejecutivos, operarios, proveedores. Esa diversidad la convierte en una rica amalgama de experiencias e historias que enriquece cualquier proceso social.
Al igual que el conglomerado humano que asiste al evento, el conjunto de desafíos que enfrenta el sector es también variado. A ellos –y si sirven de guía las exposiciones de la Cumbre Minera–, las principales empresas formales responden con algunos convencimientos plenos que vale la pena resaltar: la necesidad de trabajar de la mano con la población y con todos los actores involucrados, y el respeto al medio ambiente, extendido a una preocupación genuina por el cambio climático.
Por ello, también se dio un espacio para el tóxico impacto de la minería informal. Según estimados de V&C Analistas, presentados la tarde del martes 26, esta genera la pérdida anual de S/22.700 millones, lo que representa el 2,5% del PBI nacional.
Pero la minería formal no se mueve en el vacío. De hecho, es una actividad muy sensible a casi todo lo que pasa en el país, jaloneado en tiempos recientes por una inestabilidad casi constante: crisis política y social, ralentización de la economía, fenómenos climatológicos. No será la primera vez. “Resiliencia” fue una palabra mencionada en muchas ocasiones que, de hecho, resume bien la historia de la minería en el Perú.
Evidentemente, todo este potencial requiere una orientación que trasciende lo que el sector privado hace. En esa medida, fue positiva la activa participación de varios funcionarios del Ejecutivo y de muchos gobernadores regionales.
Los titulares, sin embargo, se los llevaron dos hechos. Por un lado, la contradicción entre el ministro del sector, Oscar Vera, y el jefe del Gabinete, Alberto Otárola, en torno del proyecto Tía María. Aunque pueda resultar anecdótico, el entredicho grafica un cierto desorden que debería corregirse.
Por otro lado, la presentación de Otárola se inició con una introducción contextual que para el público no especializado podría haber opacado sus principales aspectos: su convicción de viabilizar los principales proyectos y, en concordancia con ello, la implementación de una “ventanilla única” que debería acelerar los procedimientos, sin relajar los estándares ambientales.
“La perseverancia es el sustrato del negocio minero”, dijo alguna vez Alberto Benavides de la Quintana. La frase la recoge Augusto Townsend en una nota que escribió al saber de su partida (El Comercio, 13/2/2014). Es bueno tenerla presente ante los tiempos complejos que el país y el sector enfrentan.