Hace de esto muchos años, cerca de cincuenta, entrevisté a James Baldwin para la revista “Primera Plana” de Buenos Aires; cuando leí el artículo casi me muero de vergüenza. Me prometí a mí mismo no entrevistar nunca más a ningún escritor del que no hubiera leído algo, como había hecho irresponsablemente con Baldwin. Y, en castigo, decidí leer las obras completas –novelas y ensayos– de este escritor norteamericano. De este modo, conseguí leer a uno de los mejores escritores de Estados Unidos –un crítico feroz de su país–, al que no pongo a la altura de Faulkner, ni acaso de Hemingway, sino inmediatamente después, entre los grandes narradores y críticos que, además de aquellos, ha producido esa tierra. Fue un crítico acerbo de su propia sociedad, sobre todo en función del “problema negro”, y vivió muchos años en Francia, pero estaba obsesionado con aquel tema, pues en todos esos años de exilio siguió escribiendo sobre su país.
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