Arráncame la vida, por Patricia del Río
Arráncame la vida, por Patricia del Río
Patricia del Río

De todas las denuncias que recibimos diariamente en RPP, las más estremecedoras son las que involucran la salud de las personas: ancianos esperando, agonizantes, una cama en algún hospital, operaciones que se postergan infinitamente, personas adoloridas a las que se les niega atención porque no hay los equipos necesarios, niños con condiciones especiales que no consiguen medicamentos que calmen sus males. Los casos siempre son dramáticos, siempre desgarradores y siempre desesperados.

La mayoría de las veces, al hacerse pública la denuncia, nuestro sistema de salud se pone las pilas y gracias al apoyo de todos, si estamos a tiempo, logramos resolver el problema. Sin embargo, tras cada caso resuelto, cada madre apoyada, cada niño salvado hay miles a los que nadie escucha. Hay cientos que ven morir a sus familiares, porque no encontraron un doctor en la posta que atendiera su emergencia, porque el hospital no tenía suero, porque no había una ambulancia que trasladara a un enfermo. 

Pensemos, por ejemplo, en las víctimas y heridos del sismo que azotó el Colca esta semana: mientras a las 7 de la mañana del lunes, las autoridades de Yanque (uno de los distritos más afectados) pedían ayuda a gritos porque más de veinte heridos yacían en la plaza, en Lima se hacían “las coordinaciones” para conseguir la gasolina para mandar los helicópteros a la zona, se pedía permiso a las Fuerzas Armadas para poner en práctica un plan de emergencia y se buscaba pilotos que pudieran hacer la evacuación. Habían pasado más de diez horas del evento sísmico y la burocracia pedía firmas, sellos y permisos, dejando en claro que la vida de algunos peruanos vale menos que un trámite administrativo.

Pocas cosas pueden generar tanta impotencia como la respuesta lenta y despiadada ante una situación de vida o muerte. Pocas cosas pueden ponernos los nervios tan de punta como un director de hospital, un viceministro, o una autoridad de salud que responde con desidia mientras la vida de alguien más se está extinguiendo. Por eso el caso de Shirley Meléndez, la mujer a la que amputaron manos y pies tras una infección renal, nos ha conmovido. Por eso la imagen de ese cuerpo incompleto nos ha afectado tanto: porque es una suerte de aviso de lo que nos puede pasar si caemos en las garras de un sistema indolente.

Porque más allá de que haya habido o no negligencia médica (la investigación lo determinará), basta escuchar su historia para saber que hubo indiferencia, que hubo maltrato, que hubo un pésimo acompañamiento ante su desgracia. Y que mientras a ella le tocaba lidiar con un cuerpo mutilado, el sistema seguía asfixiándola con trámites, papeleos, peloteos y mucha, muchísima indiferencia.