Hoy que se reúnen en el Perú la mayor parte de los países del mundo a hablar sobre el futuro de la tierra, muchos entendemos que el objetivo es salvar a la Amazonía, evitar la desaparición de los glaciares y cuidar de la extinción a las ballenas y a muchas especies de pájaros. Grave error, el objetivo de la Vigésima Conferencia de las Partes (COP 20) y de iniciativas similares, estimado lector, es salvarles la vida a sus hijos y a sus nietos.
Sin duda, los problemas del calentamiento global y de la sobreexplotación de los recursos son temas preocupantes para todos, pues con ello el mundo se condena a cada vez vivir un futuro en peores condiciones. Es claro que la caza indiscriminada puede hacer desaparecer a los elefantes y la contaminación de los mares evitar la formación del krill del que se alimentan millones de peces. Es cierto que el efecto invernadero puede hacer que se derritan los glaciares en los polos y en las montañas andinas. No existe duda de que toda la ecología está conectada y que un descuido en el Perú puede ser el origen de un tornado en Arizona. Lo que sucede es que nada de ello se torna realmente relevante si no lo llevamos a nuestra vida cercana y a lo que sucederá con aquellos que queremos, si no hacemos algo todos para evitarlo.
Para entender el problema, póngase en la piel de sus hijos, si son pequeños, o de sus nietos, si tiene la suerte de gozarlos. Piense que si seguimos explotando el mundo como hasta hoy, cuando ellos tengan 30 años y visiten Iquitos, solamente verán la selva peruana en fotografías del recuerdo. Igual que hoy nos pasa al ir a las faldas del Pastoruri y recordar con nostalgia la primera vez que tocamos la nieve, esa sustancia blanca que ya desapareció de allí. Piense que esa casa que usted quiere dejarles como herencia, en la primera fila de esa linda playa, podría estar inundada por los oleajes debido al deshielo de los glaciares. Aunque, triste consuelo, quizá sus nietos no busquen tanto el mar, para que la humedad no empeore el asma que será muy común en su generación, producto del aire tan contaminado que respiraron desde pequeños. No crea el lector que son exageraciones de este columnista, pues más bien por ello prefiere no detallar los tsunamis, terremotos y grandes cataclismos que algunos científicos prevén.
Por eso, la próxima vez que usted tenga que decidir entre usar su auto o caminar unos cientos de metros, subir por ascensor o por las escaleras, regar su jardín de día o de noche, pedir bolsas plásticas o llevar sus bolsas recicladas al mercado, o, en fin, que deba optar por cualquier actividad que gaste recursos del planeta, piense en sus hijos o en sus nietos. Esos que en el futuro no tendrán la belleza natural de la que usted gozó, y que por ello podrían recordar con amargura a sus padres y abuelos, que les dejaron como herencia una casa (‘eco’ viene del griego ‘casa’) en problemas.
En fin, cuando piense en la ecología, no piense tanto en los peces o en los pájaros. Piense en Danielita, Rodrigo, Mauricio, Lía, _________ y ___________ (ponga el nombre de esos niños cercanos a usted). Para mí no se trata de las ballenas, se trata de Kenzo y Carolina.