Basta de hipocresías, por Patricia del Río
Basta de hipocresías, por Patricia del Río
Patricia del Río

Esta semana conmemoramos una vez más el , y tuvimos que recordar que somos el segundo país de la región (solo nos gana México) que más maltrata a sus mujeres, y el primero que más las viola. Para aquellas que ya están levantando una ceja, pensando que esto no les incumbe porque nunca las han golpeado, pues les tengo malas noticias, chicas. Según un estudio realizado por el , siete de cada diez peruanos creen que las mujeres son las que deben encargarse de las labores domésticas (mira a tu marido y cuéntame cuántas camas hace los domingos). Solo cuatro de cada diez hombres considera que la mujer debe contribuir a la economía del hogar (tú, que no trabajas, ¿estás segura de que es porque no quieres o no te lo permiten?). Si una empresa está buscando cubrir un puesto de trabajo, el porcentaje de hombres que entrevisten será 40% mayor que el de las mujeres (¿ya entendiste por qué no te llaman cada vez que mandas tu CV?). Además, si realizas la misma labor que tu vecino de cubículo y a ti te pagan 1.000 soles, pues te tengo noticias más deprimentes aún: a él le pagan 1.400, porque el sueldo de los hombres es en promedio 40% más alto que el tuyo.

Terrible, sí y los hombres lo saben. El mismo estudio les preguntó a los varones cómo son tratadas las mujeres en nuestro país, y tres de cada cuatro consideraron que nosotras no somos tratadas con respeto y dignidad, y que los lugares donde más nos denigran son en la televisión (¡auch!) y en la vía pública. Así que no nos engañemos, las mujeres la pasamos mal. Las mujeres corremos más riesgos. Las mujeres estamos cada vez más hartas de esta situación.

Por eso, más de una vez he escuchado a mujeres gritar que les gustaría ser hombres para hacer frente a una agresión callejera, pero jamás he escuchado a un caballero querer estar en los tacos de una dama. Por eso, sé que cuando un hijo sale de casa rumbo a la universidad nos da miedo, pero cuando sale una hija nos da terror. Porque nos guste o no el discurso de género, nos joda o no el feminismo, la vida en este mundo es más injusta y más peligrosa para nosotras.

Sin embargo, el otro día, cuando en la radio recibíamos llamadas del público para que opinaran sobre la situación de la mujer, y nos llamó un padre llorando porque había golpeado a su esposa, yo tuve esperanza. Estábamos frente a un agresor. Hablábamos con un sujeto que había golpeado a la mujer que más quiere y no se sentía orgulloso de ello. Se sentía un monstruo. Estaba desesperado. Quería ayuda para abandonar un comportamiento que le parecía aberrante.

Por primera vez en mucho tiempo escuchaba a un hombre asumiendo en público su responsabilidad. Y en ese momento recordé que no podemos seguir pidiéndole a la mujer que se defienda. Que no tiene sentido que sigamos abriendo comisarías para denunciar maltrato. Que de nada servirán mil leyes más de feminicidio si los hombres no asumen su parte. Si no se miran al espejo. Si no abandonan las justificaciones vergonzosas y deciden equilibrar la balanza. Si no renuncian de una vez por todas a esos privilegios que se tejen a costa de nuestra tranquilidad, de nuestros derechos, de nuestra propia vida.