"La bruja y el gatito", por Beto Ortiz
"La bruja y el gatito", por Beto Ortiz
Redacción EC

BETO ORTIZ

Periodista

Es lo que menos extraño de mis días insomnes de narrador de noticiero: no había mañana en que no nos tocara informar sobre algún nuevo y escabroso caso de “justicia popular”: alguna adúltera azotada bíblicamente por las rondas en Cajamarca, algún ladrón de ropa recién lavada que agonizaba atado a un poste en El Agustino, algún sospechoso de corrupción rociado con kerosene y quemado vivo por “enardecidos pobladores” en Puno. Los corresponsales no cesaban de bombardear nuestra mesa con este tipo de truculencias, casi siempre impublicables por su extrema violencia. Y nunca supe si el mal humor que me producía volver a leer otro de estos hórridos despachos era causado por la grisura de la rutina informativa o por la amarga sospecha de que, aún en este Perú presuntamente pacificado, hay días en que parece que siguiéramos viviendo atrapados dentro de una de esas pésimas películas gore tan de moda en los 80, dentro de nuestro propio “Holocausto caníbal”.

Hace dos semanas, en el caserío de Pichampampa, en la sierra de La Libertad, la indefensa señora Elesmira Argomedo Zárate, de 68 años, fue cruelmente asesinada luego de quince días en los que fue llevada con una soga, como un animal, por las alturas, golpeada, torturada y finalmente estrangulada por la histeria colectiva de la ronda campesina de Otuzco dentro de la que se encontraban los tres hijos de la víctima que la acusaban de haberles hecho brujería. Como en la Edad Media, la hechicera fue eficazmente cazada. Y listo. El pueblo lo hizo. ¿Alguna personalidad se tomó la molestia de lamentar esta tragedia? ¿Alguna autoridad anunció drásticas sanciones para los culpables? ¿Alguna organización convocó a un plantón de solidaridad? Bah. ¿A quién le interesa el linchamiento de una pobre vieja en Pichampampa? A nosotros, como sociedad civilizada, lo que verdaderamente nos subleva es que asesinen a un gatito.

“¡Tadashi Shimabukuro es el nombre del asesino que mató al gatito!” –sentenció esta semana la popular Fernanda de “Al fondo hay sitio” a través de su Twitter– “¿A cuántos animales más habrá matado? ¡Miserable! Una multa no es suficiente”. Se indignaba, al igual que millones, por el triste caso del adolescente que –perturbado por las discordias de sus padres– se filmó a sí mismo ahorcando a un gato en un video colgado en You Tube por su propio papacito. El alcalde de San Borja, Marco Álvarez, aplicó a Tadashi una multa de 7.600 soles castigando un hecho ocurrido hace cinco años cuando el gaticida era todavía menor de edad, cuando aún no existía la ordenanza 484 contra la crueldad animal y cuando Marco ni siquiera era alcalde. Excelente. Vi por la tele que el aturdido muchacho intentó disculparse ante las cámaras, pero uno de los heraldos de la ternura que acampan frente a su casa le asestó tremendo megafonazo en el occipital. La justicia popular, again. Yo –que recojo perros chuscos de la calle– creo que antes de sumarnos, como una turba estúpida, al linchamiento de moda deberíamos comenzar a preguntarnos por qué algunas cosas nos indignan tan, pero tan poco.