Me escriben unas madres de familia preocupadas por un video que les han pasado a sus hijos en un colegio particular. Se trata de un material en el que se les enseña a los chicos cómo autoexaminarse para saber si tienen cáncer a los testículos. La intención del profesor es llamar la atención de muchachos de 14 y 15 años sobre un tema del que nadie les habla. El problema: en el video aparece una chica muy sensual, en ropa interior, que con la promesa de “vas a ver cómo me toco”, se saca unos testículos peludos del calzón y empieza la demostración.
Obviamente el video busca captar la atención de los hombres apelando al morbo y a la curiosidad, y funciona. Pero claro, cuando tu hijo te cuenta que le han pasado un material en el que hay una chica muy hot que se toca los huevos, lo menos que puedes hacer es preocuparte. Las preguntas que se hacían las madres son: ¿puede el colegio autorizar ese video sin consultar a los padres?, ¿es apropiado para adolescentes?
No tengo una respuesta para estas interrogantes. Pero la experiencia me ha hecho reflexionar sobre el debate que se ha armado en torno a la supuesta ideología de género que se incluye en el currículo escolar. Al igual que las mamás de los chicos expuestos al video testicular, hay un grupo de padres aterrorizados con que sus hijos aprendan conceptos equivocados o contrarios a sus creencias sobre el sexo biológico, la identidad, la opción sexual, etc.
¿Tienen razón para estar preocupados? Partamos del principio de que todo padre tiene el derecho y el deber de preocuparse por sus hijos. Sin embargo, al igual que las madres del video hot, tal vez la clave está en asumir esta preocupación como una oportunidad de generar debates más amplios sobre los contenidos que reciben nuestros hijos. ¿Los adolescentes tienen testículos?, sí. ¿El cáncer a los testículos existe?, sí. Es obvio entonces que un profesor que busca enseñarles cómo detectarlo no quiere perjudicarlos. Tras el susto inicial, las madres comprendieron que en lugar de exigir la expulsión del profesor lo más sensato era debatir ampliamente sobre la pertinencia del material.
Del mismo modo, nuestros hijos viven en un mundo en el que hay homosexuales, transexuales, hay mujeres que deben tener los mismos derechos de los hombres, hay problemas de discriminación y hay miles de circunstancias que necesitan una explicación que los ayude a vivir de una manera más justa. ¿Tienen los padres derecho a participar en este debate? Indudablemente que sí, pero debemos preguntarnos cuál es la mejor forma de que esos contenidos lleguen a nuestros hijos y no desecharlos de plano. Porque si insistimos en no hablar de aquello que nos incomoda, si negamos que existen realidades que debemos abordar sin prejuicios, entonces estaremos exponiendo a nuestros hijos al peor de los cánceres: al de la ignorancia y la discriminación.