Lo que pasa en Chile es una alerta y un ‘déjà vu’. Alerta porque las elecciones que ha ganado el Partido Republicano para escribir su nueva Constitución nos dicen que nadie sabe para quién trabaja. La izquierda promovió la elección de la llamada Convención Constitucional, tuvo la mayoría, la redactó como quiso, fue a referéndum y perdió. Ahora volverá a ser redactada, pero por la derecha.
‘Déjà vú’ porque Pedro Castillo le jala las patas a Gabriel Boric. La izquierda chilena no tiene la ejecutoria corrupta del castillismo, pero igual se ahoga en causas constituyentes perdidas y acaba, contradictoria hasta la médula, abrazando el modelo de siempre. Hoy, Boric se aproxima a los líderes xenófobos de cualquier parte expulsando migrantes al vecindario. Gustavo Petro, en Colombia, ha dado un giro autoritario con feo pronóstico y Bolivia enfrenta una crisis económica que la obligará a revisar todas las promesas de Evo Morales y el MAS. La derecha tiene la mesa servida.
La pandemia enervó la crisis de representación de los partidos tradicionales en la región, que pocas respuestas tenían ante la desigualdad y las fallas redistributivas. Nos dimos cuenta de cuán atrasados estábamos en salud, en conectividad, en inclusión financiera. ¡Los pobres no tenían ni cuentas para depositarles los bonos! La izquierda que predicaba contra ese modelo que mostró el fustán tenía las de ganar, por pura rabia popular. Pero fue un mal momento para ganar, porque no tenía la fórmula –¿quién la tiene?– para aplacar las vulnerabilidades de la clase media y de la informalidad. En el Perú, el ala progresista padecía una crisis de representación peor que la de la derecha, así que ganó su ala atávica y corrupta.
El progresismo pudo abstenerse de participar en esa aventura ajena, pero le prestó sus credenciales técnicas y defendió a Castillo con espíritu de cuerpo deformado. Condenó la corrupción, pero no la ‘promesa de cambio’ (como si la hubiera con un presidente concentrado en sobrinos, ‘niños’, amigotes y ministros con carteras de gran ejecución). No saber lidiar con ello ha hecho implosionar al Nuevo Perú (NP), el partido de Verónika Mendoza. NP no tuvo energía ni para conseguir firmas para su inscripción y fue expulsado del gabinete antes de que se fuera por convicción. Mendoza tuvo que renunciar a su presidencia por el doble fracaso.
Lo que queda del NP se debate entre el castillismo tardío y el progresismo diletante. Su última gran bronca no ha sido provocada por la continuidad de las protestas o por la posición frente al gobierno de Dina Boluarte, no, qué va; sino por el abrazo entre Isabel ‘Chabelita’ Cortez y Boluarte, que le entregó la Orden del Trabajo. Si así de pequeña, en horizonte y broncas, está la izquierda progresista; si tan comprometida con Castillo está la otra izquierda; la derecha tendría que ser muy bestia para perder.