“La tesis central de este libro es que la realidad, la identidad, la psicología, la antropología, las tripas y las raíces de Lima, la ciudad capital del Perú, la ciudad de las mil cabezas, el monstruo devorador de 8 millones de seres humanos, ha sufrido una metamorfosis que ni el propio Kafka podía imaginar”. Así empezaba el gran prefacio que Abelardo Sánchez León hizo para “Ciudad de los Reyes, de los Chávez, de los Quispe”, en noviembre del 2003. 16 años después, ad portas del 485 aniversario de la fundación española de Lima, vemos que la metamorfosis sigue su curso.
Primeramente, si Lima era ya la ciudad que mezclaba todas las sangres, hoy se ha mezclado más. Así los migrantes del norte, del centro y del sur, que al inicio se congregaron respectivamente en los llamados conos norte, este y sur, hoy están localizados en todas partes, como si una cuchara hubiera dado una movida más a ese crisol de peruanos. Y más aún, hoy la tercera generación de hijos de migrantes comienza a escoger Jesús María o Lince, de la Lima de antes, como lugar de residencia.
Lima también dejó atrás las denominaciones peyorativas de sus periferias: barriadas, pueblos jóvenes, asentamientos humanos y luego conos. En esa época recomendamos llamarles ‘nuevas Limas’: centro, norte, este, sur y Callao. Hoy esas denominaciones son casi oficiales, y el término ‘cono’ se usa muy poco, lo que muestra que Lima no es un centro con satélites, sino una ciudad de 10 millones de habitantes, con cinco socios iguales.
Lima dejó igualmente de ser ese lugar extraño que algunos empresarios visitaban casi como yendo a un safari. Hoy el Megaplaza de Lima Norte, que ayudamos a desarrollar en esos tiempos, no es más una novedad, y la oferta moderna está en todas partes. Y, viceversa, muchos sistemas tradicionales (bodeguitas, galerías y mercados) siguieron creciendo en las zonas antiguas. Hoy encontramos el gringo Kentucky y el peruano Roky’s en todas las Limas.
Pero la metamorfosis más importante se da en las diferencias sociales. El limeño que antes miraba mal al migrante hoy lo acepta naturalmente, y el que no (generalmente mayor y poco tolerante) sabe que el racismo genera escándalo. De la misma forma el neolimeño ya no ve con desconfianza al tradicional, pues lo encuentra en la universidad o en las tiendas, y sabe que su nivel de bienestar no es tan distinto. Y de hecho todos, en Miraflores y en Comas, comen cebiche y bailan en sus fiestas, saltando como huaino “nunca, pero nunca, me abandones cariñito”.
Por ello, si volviera a escribir ese libro, quizás lo llamaría ciudad de los Quispe, de los Chávez y de los Reyes. Porque hoy ese es el orden de esta ciudad que sigue cambiando. ¡Feliz día, Lima!