Hoy el tema más recurrente de las portadas de diarios, de las opiniones de los líderes y de las conversaciones entre amigos es el de la pésima calidad de nuestros políticos. Si bien es cierto que hay muchas razones para ello, olvidamos mencionar que nosotros somos quienes los hemos escogido. Y no nos damos cuenta de que con nuestra actitud generamos un círculo vicioso que nos condena a tener cada vez peores dirigentes. Debemos cambiar eso.
Siendo los políticos un grupo tan desprestigiado, lo natural es que pocas personas capaces acepten candidatear para un puesto público y que todas recomienden no hacerlo a aquellas que conocen. Es así que cada vez compiten personas menos calificadas, por lo que las elecciones se definen casi siempre eligiendo al candidato menos malo y no a quien realmente conviene. Llevamos al poder a dirigentes con poca capacidad técnica o moral… que desprestigian más a la actividad política… y por ello pocos buenos ciudadanos quieren competir. Y así se sigue viciando el círculo.
El tema sería menor si solo implicara el prestigio de quienes quieren ser políticos, pero no es el caso. El gran problema es que son ellos quienes se encargan de administrar la ‘polis’, es decir los bienes comunes, nuestros impuestos y la educación de nuestros hijos. Y a pesar de que serán los responsables de gran parte de nuestro futuro, con nuestra actitud de rechazo los elegimos cada vez peores.
¿Cómo romper ese círculo? Fundamentalmente, cambiando de óptica sobre la política y los políticos.
Primero, empezando a dar a la política su verdadero valor, pues como decía Aristóteles ella es una actividad noble, quizás una de las más nobles que existen, pues se basa en buscar el bienestar común. La política es útil y necesaria para todos.
Seguidamente, separando a la política de los políticos, pues el que hoy haya muchos malos no significa que la política lo sea. Y con ello, empezando a respetar a los (pocos) buenos políticos que hoy tenemos, y a reconocer abiertamente lo bueno que hacen. Para estimular que lo sigan haciendo.
En tercer lugar, entendiendo que la política es una actividad de largo plazo, que se cultiva y no se improvisa. Por lo tanto, esperar al “outsider milagroso”, un gran dirigente que llegaría a los máximos niveles del poder sin experiencia de gobierno, es muy peligroso. Ya tuvimos suficientes mandatarios improvisados, con resultados desastrosos.
Y luego de eso, estimulando a las personas capaces, probas e interesadas a que entren a la carrera política, en lugar de desalentarlas permanentemente como hoy lo hacemos. Necesitamos atraer a los mejores candidatos.
Finalmente, debemos entender que si seguimos menospreciando la actividad política y por lo tanto desentendiéndonos de ella, o dedicando tiempo solo a criticarla, estaremos comprometiendo cada vez más nuestro futuro y el de nuestra familia. El problema no se resolverá cerrando los ojos o quejándonos sin hacer más.
Y si actuamos así, entendiendo que la situación es responsabilidad nuestra, quizá podamos salir de este círculo vicioso donde cada nueva elección nos aleja del desarrollo y nos acerca al abismo democrático. A esa situación que nos muestran las encuestas, en que la dictadura y el autoritarismo se hacen cada vez más atractivos para una gran cantidad de ciudadanos.