Fernando Cáceres Freyre

Muchos piensan que cuando acabe la cuarentena, nuestras vidas volverán a la normalidad. Olvídenlo. La gran cuestión es cómo hacer, a partir del 13 de abril, para compaginar dos objetivos: tener el menor impacto posible en la salud pública y a la vez no destruir nuestro tejido productivo.

Según Imperial College London (2020), la única manera de evitar rebrotes que hagan colapsar el sistema de salud es mediante la aplicación de medidas drásticas de aislamiento social, el cierre de escuelas y universidades, y que quienes den positivo se recluyan por completo. Lo cual implicaría dos meses de cuarentena a cambio de mayores libertades a lo largo de 18 meses (mientras esta lista la vacuna). ¿Se imaginan el impacto en nuestra sociedad y economía?

La crítica que se hace a este análisis es que no considera la opción de realizar pruebas masivas para aislar desde temprano a quienes presenten síntomas y descartar a quienes no estén infectados. La estrategia aplicada en Corea del Sur, Singapur y China (Pueyo, 2020).

De más está decir que esta alternativa supone aprovechar al máximo todo este tiempo para implementar más camas UCI, adquirir más pruebas moleculares y rápidas, e incrementar el capital humano disponible. ¿Alguien dijo contratar a los médicos y enfermeros venezolanos que hoy no están autorizados para ejercer?

Bajo esta estrategia, llamada el martillo y la danza (Pueyo), una vez terminado el período del martillo, en que estamos aplanando la curva, la estrategia durante el período de la danza es desplegar un sistema de inteligencia que permita identificar masivamente a los infectados y a quienes hayan estado en contacto con ellos para aislarlos. De ahí que la idea de implementar la Villa Panamericana para casos que no sean graves tiene mucho sentido.

A ello, habría que sumar varias restricciones que tendrían que continuar por un tiempo: prohibición de estadios y espectáculos, reducción de aforos en oficinas para mantener distancia social, etc.

Esta parece ser la única alternativa que no es catastrófica para la economía, pues la opción que plantea ICL no sería sostenible para mantener nuestro tejido socioeconómico, y casi supondría tener que hacer un borrón y cuenta nueva.

Tengo la impresión de que el Gobierno entiende perfectamente la importancia de que no se desmiembre nuestra economía, al anunciar S/30.000 millones de gasto para que no se corte la cadena de pagos. Un “lujo” gracias a la disciplina fiscal de varias décadas.

En todo caso, lo que deberíamos ir aceptando es que, a partir del 13 de abril, la recuperación de nuestras libertades deberá ser muy gradual, a fin de que no cultivemos nuevos brotes a lo largo de los 18 meses por venir y podamos seguir –parcialmente– con la economía.

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