Los congresistas María Elena Foronda y Edwin Donayre tienen más en común de lo que estarían dispuestos a aceptar. Resulta que la primera tenía contratada, como asistenta y personal de confianza, a Nancy Madrid, la emerretista encargada de las “cárceles del pueblo”. Si no tomamos en cuenta los antecedentes de Foronda, esto podría considerarse como una mera negligencia en el proceso de selección laboral. Pero, en realidad, constituye una conducta reiterada por parte de los integrantes del Frente Amplio.
Otro legislador del mismo grupo, Rogelio Tucto propuso, para una verdadera reconciliación, el indulto de Abimael Guzmán. Su colega de bancada, Justiniano Apaza no dudó en declarar que las puertas de su partido estaban abiertas para Peter Cárdenas, cuando el líder del MRTA cumplió su sentencia y salió de prisión. Los ejemplos podrían seguir acumulándose. Por separado, podrían ser simples torpezas políticas. En conjunto, revelan una ceguera ideológica que linda con el fanatismo. Como si, para ellos, los crímenes cometidos por el terrorismo fueran menos graves porque venían de las canteras de la pretendida superioridad moral de la izquierda. Sus víctimas son lamentables, claro, pero no lo suficiente como para pensar en ellas en vez de darle la bienvenida a sus verdugos en su partido o sus oficinas. Su frente es amplio para los violentos y estrecho para la memoria.
El otro lado es más difícil de identificar bajo un solo membrete partidario, pero es igual de indolente. Suelen terruquear a quienes se atreven a recordar que miembros de las fuerzas del orden también cometieron vejaciones monstruosas durante el conflicto armado interno. De hecho, este término también es terruqueable. Insisten en que solo existió “terrorismo”, una palabra que, siendo lo fuerte que es, lamentablemente no termina de englobar toda la violencia de los 80 y 90. Si habláramos solo de terrorismo (que nadie, ni siquiera el Frente Amplio, niega que existió) terminamos ninguneando a las víctimas del aparato estatal.
Ya hemos tenido unas muestras casi autoparódicas de esta postura, gracias a quienes atacaron obras de arte como las tablas de Sarhua o la película “La casa rosada”, cuyo amago de boicot, por suerte, fracasó estrepitosamente hace poco. Esta semana, el general Donayre emprendió una campaña negacionista contra el Lugar de la Memoria (LUM). El tipo se hizo pasar por sordomudo y, por eso, el LUM le asignó a una persona especial –no era una de sus guías– a la que sus acompañantes le jalaron la lengua durante casi tres horas hasta extraerle un par de opiniones desinformadas que el video resumió en 6 minutos de “apología al terrorismo”. La edición –difundida por portales fujimoristas de ‘fake news’– tiene momentos hilarantes que van más allá de la aparición de la peluca del superagente Donayre: bajo los acordes de “Carmina Burana”, se pretende asociar las siglas del sitio a “LUMinoso” y se dice que sus largos pasillos son “senderos”. Todo esto demuestra, en la cabeza de esta gente, que el museo es terruco.
Lo peor es que, sobre el LUM, algunos podrían decir todo lo contrario; incluso, que es una versión demasiado descafeinada de lo que pasó en esos años. Es el precio de ser el discurso “oficial”. Lo cierto es que la única forma de tener una opinión independiente sobre aquel es –como con “La casa rosada”– yendo personalmente. El LUM es un sitio valioso cuyo propósito consiste, precisamente, en aquello que tanto Donayre como Foronda no hacen: pensar en las víctimas, en todas. Las actitudes indolentes de los dos extremos del espectro solo nos confirman que no podemos dejar que ambos bandos triunfen en su campaña por el olvido.