Enrique Planas

Escribo la necrológica de . Imagino a mi padre en el , viéndola y deseándola, como toda su generación. Pechos desafiantes, cintura de avispa, caderas amplias: es el canon de belleza de la post guerra, el sueño inalcanzable del soldado estadounidense que volvió de Europa enamorado de las italianas.

Repaso su tercer lugar en el certamen Miss Italia 1947, redacto la lista de sus películas triunfantes, tanto las producciones de Cinecittá como de Hollywood. La Meca del cine la acogió junto con su rival, Sophia Loren, su colega siete años más joven. Remato la noticia triste con un tono melancólico: por más fama y portadas conseguidas, después de los años 50 le resultó imposible competir con la Loren. Aquella colega a la que miraba por sobre el hombro fue creciendo hasta eclipsarla.

Recibo del archivo fotográfico lo que parece un hermoso regalo: las imágenes de su paso breve por Lima. En 1978, Canal 7 anunciaba su presencia “en vivo y en directo” para celebrar el lanzamiento de su señal en color. Un aviso publicado en el periódico lleva un retrato de la , 20 años más joven. Su presentador y traductor sería Oswaldo Cattone. En las fotos, ella aparece bajando del avión, ofreciendo autógrafos, pisando fuerte con sus botas de cuero los pasillos. Una tropa de periodistas sigue sus pasos y Lollobrigida sonríe como si extrañara ese acoso mediático. Tiene 51 años y ya no es actriz. Es periodista, fotógrafa, escultora. Para la entrevista con El Comercio, el fotógrafo la retrata sin amor: lleva una cafarena oscura bajo una blusa de diseños geométricos. Es guapa, pero ya no muestra aires de diva. Se ha quitado los lentes de sol y su estola de fantasía. Parece cansada por las horas de vuelo. Toma agua mineral de un baratísimo vaso de vidrio. Cuando sonríe, sus ojos brillan, pero la ligerísima papada asoma. Ya no tiene el rostro firme, de estatua clásica.

Hay algo de misterio y de tristeza en esas fotos. Meses antes, Sophia Loren estrenaba junto a Marcello Mastroianni “Una giornata particolare”, filmada por Ettore Scola, y pienso en los grados de separación que había entre ellas en ese momento. Un segundo lugar nunca debería ser considerado un mal resultado, sobre todo porque sabemos que solo hay un ganador. Sin embargo, también es verdad que, como se suele decir en las carreras, ser segundo es triunfar en el podio de los perdedores. Lo que parece una húmeda tarde de junio, horas antes de recibir el aplauso en los estudios del canal del Estado, intento imaginar qué podría estar pensando Gina, la segunda diva de Italia, tras las cálidas bienvenidas y las demostraciones de cariño a quemarropa. Adivino: “Qué diablos estoy haciendo aquí”.

Enrique Planas es redactor de Luces y TV

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